sábado, 29 de octubre de 2016

Eugen I






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            - Lo sentimos ciudadano, su configuración genoeficiente no resulta adecuada para formar parte del programa para la optimización de la especie. No obstante, y si es usted voluntario, puede asignar su persona a nuestro programa derivado para el mantenimiento de la especie. – La sonrisa de la operaria era perfecta, me resultaba casi ridículo asociar esa tremenda frialdad a un rostro tan hermoso. Joder, esa sonrisa era casi hipnótica. De bella que resultaba ni siquiera me produjo ningún tipo de excitación, solo algún tipo de estoicidad diseñada para no hacerme sentir inferior, o eso creo yo.
-          - No será necesario señorita, tan solo tenía curiosidad. Muchas gracias por su ayuda.
-          - Disfrute de su día ciudadano, recuerde que siempre podrá contar con Neugen para cualquier necesidad. – De nuevo esa dichosa sonrisa y sus ojos azul eléctrico clavados en los míos.

Había acudido al centro de reproducción por inercia ya que conocía sobradamente el resultado de las pruebas. Mi nombre es Eloi Neander y soy un común. Bueno, cualquier lector puede considerarse común o corriente o quizá ambas cosas a la vez y habrá alguno de ustedes que crea en la individualidad maravillosa de cada ser humano, pero créame, sigue siendo usted un animal común y bastante anodino (digo “bastante” porque bajo mi punto de vista un bivalvo viene a ser “totalmente” anodino) y está usted diferenciado de su vecino en tan solo un 0.01 % de su combinación genética. Todo eso está muy bien porque nos coloca a todos en un punto de partida equitativo, justo lo que cualquier sociedad moderna desearía, pero en mi mundo llevan un par de generaciones creando otro tipo de humano y lo llaman eficiente. Eso podría resultar insultante a un buen trabajador del siglo XXI (o de cualquier siglo pasado en realidad) ya que la eficiencia laboral no es un invento de mi época, pero ese término en estos tiempos tiene una connotación diferente; alrededor del año 2148 – y sé que no soy muy preciso… soy común, recuerden – diferentes científicos descubren cómo mezclar los genes para obtener cigotos capaces de desarrollar cualidades deseadas. Según la asignatura de Prehistoria Genoeficiente el mayor quebradero de cabeza de los genetistas antiguos no era saber dónde estaban y cuantos genes había, eso estaba solucionado, el problema radicaba en que esa ínfima variedad (entre 35.000 y 40.000 genes) no justificaba el colorido resultado que era nuestra especie, así que la deducción obvia era que la variabilidad que reflejaban nuestros antecesores nacía de la mezcla de esos genes. Bien, pues en el 2148 los genetistas europeos logran descubrir cómo manipular todos esos manojos aleatorios e invitarlos a mejorar la especie mediante pequeñas variaciones en los diferentes tipos de proteínas. Y, vaya, no me pregunten más, creo que el asunto iba por ahí en realidad. El resultado de todo este embrollo es que estamos en el año 39 PPG (Post Prehistoria Genoeficiente) y la especie lo considera tan maravilloso como para crear un calendario nuevo.

Mis padres eran buena gente, eso debo reconocerlo. Habían sobrevivido a la Tercera Guerra Mundial, lo cual según mi opinión los hace ser gente maravillosa, al fin y al cabo si se les hubiese ocurrido morir es bastante lógico pensar que yo no estaría aquí escupiendo mis lamentos en este teclado pasado de moda. El problema con ellos es que eran unos puristas y todo ese asunto de la mejora genética les asustaba, cosa comprensible si prestamos atención a los últimos soldados que participaron en la guerra y que habían nacido como parte de ese proyecto, siendo unos tipos enormes, psicópatas y carentes de empatía que tenían al parecer unas mandíbulas exageradamente prominentes y una propensión a la apatía de lo más desconcertante en una criatura tan aparentemente hiperactiva durante el combate. Todo eso puede ser más o menos convincente, pero el mayor problema radicó en que esos tipos murieron entre los ocho y diez años siguientes al final de la guerra, sencillamente se fueron apagando y esa no es una gran noticia si quieres tener un hijo haciendo uso de esos asuntos biotecnológicos. Por supuesto, los científicos de la época defendieron que el programa GenWar había sido un éxito rotundo: no solo la OTAN había ganado la guerra, también había retirado de la circulación la llave de su victoria de una forma barata y eficaz, librándose de esos asesinos apático-histéricos que tan útiles habían resultado.

¿Hace falta que diga que mis padres eran parte de una minoría? Al parecer sus genes no produjeron una balbuceante criatura, creo que en la década de los noventa quizá hubiera sido un tipo normal e incluso positivamente avispado, el problema era que las personas que crecieron conmigo, los de mi generación, eran geniales. Todos muy atractivos, con una estatura elevada sin ser gigantes incómodos, rápidos con las matemáticas y la filosofía y además para ellos las enfermedades que provocan las bacterias conocidas no eran una preocupación (lo siento si aparece una bacteria desconocida chicos, prueben con la siguiente tanda de súper-cigotos). Creo que sabe el lector lo que rápidamente provocó esto: Segregación social. En un tiempo record se sabía quién era común y quien era eficiente, así que aquí me tienen, consultando en un centro de reproducción si mis genes son viables para combinar con alguna sujeto de mi generación para obtener un retoño con garantías sociales.  Hice esto por aquello de cerrar posibilidades, que no quedara ningún “y si” en mi vida. Y si hubiera ido, y si hubiese estado… Ya saben. Un eficiente sabría si es útil cuestionarse estas cosas o no, pero yo soy un romántico así que necesitaba esa confirmación confirmada, si me permiten la redundancia. Lo que me empujó a tomar una decisión así fue el siguiente proyecto de empresas como Neugen, Astor Corp o Mon-Land y el resultado en mí día a día. No le bastaba a la sociedad crear una casta de líderes casi perfectos, necesitaba también una casta de trabajadores. Los padres de aquellos líderes estaban en desacuerdo, pero ya eran abuelos cuya opinión se consideraba vintage en el mejor de los casos, así que básicamente fueron los eficientes los que decidieron que las siguientes generaciones (sus descendientes precisamente) alternarían subhumanos con suprahumanos en correlativa proporción. Pretendían valerse de los primeros, seres simples, felices y con funciones muy específicas dentro de la sociedad para levantar nuevas culturas en las que ellos, como es normal, eran los indiscutibles y alegres líderes. ¿Dónde me colocaba a mí esta situación? Entre unos condescendientes eficientes y unos estúpidos funcionales. En fin, no es que la vida me hubiese tratado con extrema crueldad, es que para mí en ese momento carecía de interés ni atractivo, era un trámite en el que trabajaba hasta el extremo las funciones que más me unían a los restos de mi especie: dormir, alimentarme y hacer de ese alimento restos que debía expulsar, haciendo de mi una perfecta biomáquina de producir mierda.

Por todos esos motivos, tras mi visita a la clínica de Neugen me dirigí con parsimonia estudiada al tejado de mi bloque de apartamentos y me dispuse a saltar de alguna manera creativa y espectacular (debo reconocer que además llevaba dos días sin cumplir mi función biológica para la ocasión, así que iba a ser realmente espectacular lo que el funcional de turno tuviese que recoger). En esas estaba cuando conocí a Norna.

-          - ¿Qué haces, cachorro?
-          - ¿Eh? ¡Que me caigo! Joder, qué susto… ¿Quién eres tú? – Pegué un salto que no conviene pegar al borde de un edificio de quince plantas y me di la vuelta. La chica era una de esas clásicas que adoraban la ropa negra y tenían una pinta siniestra. Siempre consideré a esa gente un poco afectada y exagerada, así que me resultó un tanto ofensivo asustarme de una manera tan pueril.
-          - Soy Norna – Contestó rápida y cortante, como si además fuese obvio quien era.
-          - Ya, ¿Y qué haces aquí?
-          - Al parecer alargar unos segundos tu impresionante despedida. – Créanme, me sentí bastante estúpido en ese momento.
-          - Mmm… ¿Y has venido a ver el espectáculo, eh? No eres más que una morbosa.
-          - Claro, cachorro. Salta, anda, no dejes que yo te robe más tiempo. – Ya no solo me sentía ridículo, además sentía embarazo ante esa tipa burlona.
-          - 
-          - Efectivamente, valiente. Baja de ahí y escucha lo que tengo que decirte.

Perfecto. Mi vida no tenía mucho sentido, mi tentativa de suicidio había sido cortada de una manera harto humillante por una idiota disfrazada y además en ese momento tenía unas ganas horribles de ir al baño. La perspectiva, me apoyarán en esto, no era la más agradable y sin embargo bajé y la escuché. Lo que vino después fue tan inverosímil y sorprendente que, por una vez, sentí cierto interés real en seguir vivo…

domingo, 9 de octubre de 2016

Puntos de vista





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Los ingenieros construyeron una acequia aprovechando la pendiente natural del terreno donde estamos situados. Hace un par de días que el bombardeo ha desdibujado su recorrido, desparramando su contenido por ahí de tal manera que la trinchera se ha llenado de heces y orina. Estudié filosofía e historia así que me doy cuenta de que las tropas que fueron derrotadas por Prusia hace casi cuarenta años no envidiarían nuestro estado aun teniendo en cuenta el resultado de su guerra. No solo puedo comparar mi situación con la de otros soldados del pasado si no que además me permitía pensar sobre lo hermoso de las relaciones humanas y fraternales en situaciones como esta. Hablo en pasado. A veces no hay tiempo de estrechar ninguna relación, los reemplazos llegan y mueren, así que a veces no conozco ni su nombre claro que... a veces tampoco lo pregunto. Ese chico a tres metros de mí, perenne en la alambrada, llegó la misma mañana en la que el bombardeo nos cubrió de mierda. Al menos no siente lo que tiene encima. Ahora estoy tranquilo.

Me despiertan. El sargento, buen tipo, me zarandea con fuerza y sin nervio. Me pregunta qué hago, en unos minutos salimos. Me incorporo confuso. Miro a mi alrededor, todos se aprestan a alinearse y ocupo mi hueco. El capellán pasa por detrás murmurando, lo percibo porque me roza. Calamos bayonetas, la orden coreada desde el otro extremo de la trinchera.

Miro al oficial. Mira su reloj. Amaga un silbido. Mira su reloj. Se detiene. Mira a su alrededor. Creo que me mira a mi por un segundo. Mira su reloj. Emite un prolongado silbido. Silencio… ¿Ya han pasado los minutos? Ruido y gritos. Olvidé calar mi casco y cae en mis ojos. Caigo al suelo. Me levanta el sargento. Calo el casco y corro tras mi unidad. Silbidos, silbidos. Dejo de oír, humedad en mi rostro. Paso de largo cuerpos, uno no tiene brazo. Busco el brazo con la mirada. No tiene brazo. Miro al frente por primera vez y veo cabezas. Me detengo y disparo. Corro. Algo me tumba, me miro y me levanto. Me detengo y disparo. Corro. Corro. La unidad salta hacia la trinchera. Llego a la trinchera, salto sobre un enemigo que tosía. Me siento afortunado, algo le hizo toser y ahora le apuñalo fácilmente. Ruido y gritos pero menor intensidad, empiezo a escuchar. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que hemos tomado la posición, nos miramos confusos. ¿Hay pocos enemigos o hemos sido muy rápidos? Silbido. Me tumbo en el suelo por instinto pero… No hay explosión, solo un estallido hueco. Sucesión de estallidos huecos, no hay explosiones, siento alivio. Veo un proyectil que ha formado un charco a su alrededor. Se evapora. Humo dorado. ¿Humo dora…?


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-          Con el permiso de vuecencia mi general, el informe del comandante Beaumont ha llegado, mi general – Taconazo y vista al techo. Aquel escribiente era un hombre esforzado pensó el general Nivelle.

-          Bien, dámelo – Taconazo y saludo. Se retira en silencio. El general ojeó por encima el encabezado del informe, había ordenado a sus mandos de batallón que no rellenaran de prosa y que la información fuera concisa. – Parece ser, caballeros, que efectivamente los alemanes están utilizando un gas de mayor letalidad, los rumores se han confirmado. Al parecer el comandante Beaumont ha perdido dos compañías en el tercer sector de Ypres. Equipen con máscaras a ese sector. En otro orden de cosas, Griaule, ¿qué hay del café que pedimos a los belgas?

-          Mi general, exactamente eso quería comentarle, he conseguido un kilo que el general Leman ha tenido la amabilidad de darnos. Me he tomado la libertad de prepararlo, mi general. – Griaule, el ordenanza mayor de la brigada de cuartel general se dio la vuelta y mostró una jarra metálica que aun humeaba tenuemente – Todavía está caliente – Dijo con una sonrisa a la concurrencia.

-          ¡Espléndido! Bien, ¿Quién es el oficial más joven de la sala?

-          ¡A la orden de vuecencia mi general, teniente Goux mi general! – El muchacho respondió con prontitud firme como un poste, no tenía la menor duda de su situación en la sala.

-          Haz el favor y ayuda a Griaule a preparar esos cafés, no veo otra manera mejor de empezar el día.

-          Mi general, si me permite, qué maravilloso sería poder aderezarlos con algo de leche francesa, ¿no está vuecencia de acuerdo? – Griaule escuchó mientras alineaba una serie de tazas, el teniente coronel Allard siempre tenía una puntualización acorde a cada situación.  

-          Eso sería magnífico, en realidad llevo cosa de dos semanas sin probarla.

-          Creo, mi general, que cerca del sector cuatro, donde mi brigada resiste al enemigo, hay una granja local. No es leche francesa pero, quién sabe mi general, quizá estos belgas tengan algo bueno que ofrecer después de todo. – El coronel Beauchene siempre había sido un fuerte competidor de Allard, un poco más fuerte a juzgar por su rango.

-          Bien, despache a una sección de su brigada y pídales un poco de leche, seguro que esos granjeros guardan algo que no han entregado todavía al ejército, ¿Qué le parece?


-          Mi general, ¡esa es una orden maravillosa!

sábado, 8 de octubre de 2016

Fehu


nordicos




Es medianoche, pero el valle está bañado por un sol mortecino, peinado por un viento que enfría pero no congela. Es verano en Islandia, en verano esta tierra no conoce la noche ni el hielo, el eterno día crea sombras y sensaciones difíciles de sentir en otros lugares. El sol de medianoche es algo romántico para Arik, nacido en las colonias Anglas, como si los dioses hubiesen despistado al lobo Skoll, permitiendo que Sol descanse de su continua cabalgata, pues incluso los tiros divinos han de descansar y Sol siempre echa en falta a Glaur. Mientras Arik y Thorstein caminaban por el Thyngvellir, la tierra de las uniones para las tribus islandesas, Arik, joven como era, cuestionaba lo que le habían enseñado; ¿cómo era posible que el malvado Skoll volara allá alto en el firmamento, así como el carro de Sol? Una vez, en Northumbría, participó en una caza de jabalíes y pudo ver como uno de los mastines de caza era completamente destripado por Cuerno de Oro, un gran jabalí que fue tan solo abatido por tres hombres fuertes a la vez, y después arrojado por un acantilado, ¿si ese mastín no pudo volar, cómo lo haría Skoll? El lobo seguro que era muy fuerte, tanto como un gran einherjar de Odín, pero no tenía alas, no podría sin duda volar como los pájaros.

Estas dudas religiosas rumiaba Arik en su agitada mente mientras su tío Thorstein, llamado Justo-en-Midgard, le guiaba a través de los senderos hacia los grandes acantilados, al fondo del hermoso valle. Algunos decían que el mismo Odín, con su hermano Loki, había erigido esos acantilados para vigilar desde lejos a los hombres durante sus reuniones anuales, donde promulgaban leyes y dictaban sentencias. Arik asistió el año anterior a su primera gran reunión, pero no vio al viejo Un-Ojo. No esperaba encontrarse con Loki, pues aun se encontraba atrapado pagando sus deudas con los aesir y los vanir, pero si al menos distinguir al infalible Odín en la lejanía. Solo los cuervos, y más de dos, asomaban por los riscos. ¿Estarían Huggin o Munnin ahí, entre sus hermanos negros, o esta leyenda también era dudosa, como el lobo Skoll causando la noche que devora al día?

En el poblado de Reikjavik, Arik tuvo la oportunidad de conocer a una figura sombría que hablaba con suavidad, como si temiese que sus palabras, de dichas en alta voz, desapareciesen entre la bruma de la mañana. Decía haber visitado la Ciudad Eterna, de haber caminado entre los Francos y haber vivido un tiempo en las campiñas de Londino. Este hombre había recorrido las tierras del Cristo Blanco y había decidido intentar llevar su fe, con poco éxito, a las tierras islandesas, conocedor de que ya desde hacía muchos años – más incluso que los colonos nórdicos – vivía una comunidad de misteriosos cristianos en esta tierra. Este misterioso hombre, de nombre Gregori, le había hablado de su religión; de cómo la salvación esperaba a todos los creyentes en su dios, único e invencible, tan puro que no luchaba con otros dioses.

-          Pero Odín tiene una lanza tan alta tan alta como dos hombres daneses, también tiene su caballo que se llama Sleipnir, que es un caballo muy rápido ¿Cómo puede ganar tu dios blanco si solo tiene sus ropas y además tiene las manos heridas? – Preguntó entonces un sorprendido Arik.
-         Querido hijo, mi Dios, que no es un dios cualquiera, jamás luchará con tus dioses, eso simplemente no tiene cabida bajo Su cielo. – La sonrisa de Gregori mostraba la paciencia de un maestro, pues así y con tesón, trataba de acercar a la luz de sus creencias al joven pagano.
-         Entonces, si no quiere luchar, Odín nunca dejará que ese dios tenga fuerza aquí…
-         Arik, pequeño, nadie debe darle o dejar de darle, ningún permiso al Señor.
-        ¿Y eso por qué?
-          Porque tus dioses no existen, hijo mío, Dios es uno y hará cuanto desee en esta su obra.

A esa conversación le sucedieron unas cuantas. Eran buenos tiempos, los nórdicos habían establecido colonias en las tierras de los anglos y sajones, solo guerreando con escotos y galeses, por lo cual el comercio y el intercambio de cultura se había sucedido con más éxito que en los años anteriores, los años de las razzias, saqueos y pillajes. “De la furia de los hombres del norte libradnos, ¡Oh, señor!” Este ruego alzaban los pueblos de Inglaterra para que ellos no fueran los siguientes en sentir las atenciones de esos belicosos marineros. Pero hoy día las cosas habían cambiado, gentes como Gregori, si bien vistas con recelo, eran toleradas en algunos enclaves nórdicos, como era el caso de Reikjavik.  El misionero y el chico, que contaba unos catorce veranos, hablaban sobre dioses, leyendas falsas y la luz del nuevo mundo, prometido a todos los creyentes que hubiesen llevado una vida pía y virtuosa, tal y cómo el Cristo Blanco y su representante, el Papa de Roma, dictaban. De manera paralela, su tío Thorstein, quien le acogió tras la muerte de su padre, le instruía en las antiguas leyendas, las eddas y las sagas, acudían al Gothi y este les prevenía contra el dios cristiano actuando a la defensiva y arrojando runas con furia, escupiendo al hablar y haciendo que los huesos de su choza traqueteasen. Eso causaba temor a Arik, que no era un mozo cobarde y ya levantaba con hombría escudo y espada, pero no acababa de fiarse del Gothi, ese hombrecillo misterioso envuelto en vapores y humedad.

Habían acudido a Thyngvellir tras un viaje de varios días a través del paisaje arrebatador de las tierras de Islandia. Thorstein aprovechó cada etapa para hablar de dioses, países, guerreros y culturas. El había luchado en muchas incursiones, estuvo entre aquellos que amedrentaron al Rey Franco y había vertido sangre galesa durante varias escaramuzas. Era un gran guerrero, tanto como casi todos los hombres nórdicos a su edad, pero era también un escaldo y un administrador de justicia, de ahí su nombre de saga. Thorstein el Justo-en-Midgard era conocido por su lucidez, su agudeza de ingenio y su gran capacidad a la hora de solucionar cuitas y discusiones de una manera parcial, de manera que ninguna de las partes fuera realmente feliz, pero tampoco realmente desdichada, apagando fuegos y templando el alma de los agraviados. Además Thorstein recordaba a su clan las leyendas y los éxitos, los recitaba con fuerza y todos le escuchaban con atención cuando hablaba. Si Arik no había cedido a los encantos de esa religión que ofrecía un paraíso en la muerte, en lugar de hielo o sangre, era por el carácter de su tío.

-     Arik, ya hemos llegado, aquí acaba este viaje – Se encontraban en los acantilados desde donde, supuestamente, Odín observaba a los hombres que abajo en el valle decidían su destino – Cuéntame, joven guerrero, ¿Qué es lo que ves?
-        Veo el Thyngvellir, tío – Respondió tímido Arik.
-         Pero, ¿sabes lo que representa?
-        Bueno, sé que nuestra gente se reúne aquí y los mayores deciden lo que se tendrá que hacer.
-          No solo los mayores y los ancianos Arik, ¿Quién más es capaz de hacerlo?
-        Pues todos los hombres… - Arik dudo en su respuesta, pues le sonaba de una obviedad absurda.
-         Exacto, todos los hombres, ¿sabes acaso quien decide lo que se va a hacer en las tierras del sur?
-         ¿Quién, tío?
-      Los reyes. Los reyes y los hombres del Cristo Blanco, Arik. Unos pocos deciden el destino de muchos, usan las horcas y los verdugos, apagan el fuego del hombre y guían lo que se ha de hacer, se haga bien o se haga mal.
-          Pero tío, el padre Gregori me ha contado que los cristianos del sur son felices.
-      ¿Lo son, Arik? Yo los he visto, he mirado a sus ojos. Me he sentido un lobo entre corderos. Ellos tienen hombres valientes, tienen grandes guerreros, pero no tienen hombres libres. Mismamente, se hacen llamar rebaño, rebaño de su señor.
-        ¿Y qué hay del Cristo Blanco? El les promete un paraíso, luz, comida y cobijo para toda la eternidad.
-        Te confiaré algo, hijo. Yo no sé si el viejo Thor me ayuda, no sé si Loki hace temblar las entrañas de Midgard o si Odín, que todo sabe y todo recuerda, sigue viajando entre los hombres. He visto mucho, he visto hombres huir de sus hogares dejando incluso atrás a sus mujeres, también los he visto luchando hasta la última gota de su sangre. Los he visto comerciando, amando y los he visto llorando. Arik, he visto muchas cosas y yo no sé qué dioses guían mi destino.
-         Tío… ¿acaso no crees ya en nuestros dioses?, ¿Y si el Cristo Blanco nos ayudará a ser mejores?
-       El Cristo Blanco… Dime cachorro, sé que hablaste mucho con ese viejo trotamundos, cuéntame ¿qué debe hacer un hombre que desee seguir los caminos de su dios?
-       Sí, me lo contó todo, espera… ¡ah!, ya recuerdo; debe bañarse, debe limpiarse, como si después de limpiarse cuando se lo diga un hombre santo naciese de nuevo. Debe ser fiel a su dios, claro, y hacer bien al prójimo. No puede robar y no puede matar, también tiene que ayudar a quien le haga falta. Creo que eso era… ¡bueno!, también tiene que arrepentirse de vez en cuando por si hizo algo mal. Es que su dios es tan fuerte que está en todos los sitios, así que hay que tener cuidado con lo que se hace, es un dios listo y les vigila siempre.
-          Arik – exclamó riendo Thorstein – ¡Si debe ser tremendo paraíso ese hogar del Cristo Blanco!
-          ¿Lo crees también, tío?
-        ¡Desde luego! Claro que tendrá comida y bebida en abundancia, pues no creo que ni un solo cristiano viva allí todavía.
-          ¿Por qué no?
-        Arik, les he visto matar, pero uno podría pensar que nosotros atacamos y podría pensar bien, pues hemos segado muchas vidas cristianas, pero les he visto matarse entre ellos, robarse y engañarse. Les he visto hacerse arder por sus pecados que en ocasiones tan solo eran amar y vivir, les he visto mover a sus gentes a la guerra usando las palabras de su dios. ¡Ese dios dice que no maten, pero dice a sus hombres santos que lleven al pueblo a la batalla! Muy parecidos son los intereses de su dios con los de sus reyes y sus religiosos, Arik, muy parecidos…
-       Pero tío, nosotros también marchamos a la batalla, ¿No está el Jarl Hrothgar reclutando hombres para atacar Irlanda?
-        Si Arik, es cierto. Somos hombres ávidos de botín, los vikingr somos una hermandad de guerreros codiciosos, pero Arik, nota la diferencia; nuestros dioses nos apoyan, nuestros dioses nos dejan hacer libremente lo que consigamos. Odín dice: Luchad, vivid, pelead y sangrad, ya rendiremos cuentas, ya bien vosotros sabéis si os espera Hel u os espera Valhalla. ¿Sabes qué quiere decir esto, Arik?
-          Creo que si…
-        En el fondo lo sabes. Quiere decir que tu fama es tuya. Solo hay una cosa que no es tuyo; el tiempo que juzgan necesario las Volvas, pero hijo, nuestros dioses nos invitan a vivir como seamos capaces de vivir. El hombre del norte sabe cuando ha de hablar, cuando ha de pagar y cuando ha de luchar. El hombre del sur no lo sabe, espera a que se lo digan, porque su dios no quiere que ellos piensen. Arik, debes comprender una cosa: ¿por qué voy a confiar en un dios tan poderoso, qué tiene el para mí? Siendo tan grande, ¿no es acaso estúpido para el que los hombres, tan por debajo suyo, crean o no en él? Nuestros dioses sangran, lloran, luchan y mueren. Puedo dudar de si ellos, los dioses, siguen o no siguen entre nosotros; pero sé para qué sirven.
-          ¿Y para qué sirve un dios si no es para gobernar, tío?
-         Sirven para recordarnos quienes somos, que la libertad tiene un precio y que solo hay un juez para la vida de un hombre. Odín perdió un ojo, Baldr murió y Loki sufre interminable agonía. Tyr es bravo pero perdió un brazo por jugar con El Gran Lobo Fenrir, Sol ha de huir de Skoll, pues le hizo burla y paga su osadía. Nuestros dioses viven, Arik, sufren su existencia y disfrutan sus éxitos, tienen deudas y son como nosotros. Ese Cristo Blanco tan ajeno a mí, que quiere tanto de mi y pide tanto de mi vida ¡qué tenga valor de perdonarnos si tan piadoso resulta!, ¡si promueve la paz que enseñe a sus hijos a no matarse entre ellos y que funda las espadas! En algo valoro, no obstante, a los hombres de la cruz.
-         ¿En qué?
-          Ellos me recuerdan que realmente estoy vivo. Vive, Arik, fórjate un destino. Mira a los dioses, pero jamás les preguntes qué hacer. Mira a sus ojos y diles lo que has hecho y lo que harás y ellos, quizá, sonrían contigo.

Arik tuvo mucho que pensar y aun pensó mucho más. Arik Vista de Halcón siguió pensando muchos años después de esa conversación. Vivió la vida como el hubo de decidir, comparó y tomó su decisión. Fue justo consigo mismo, pues hay algo que no muere jamás: El juicio emitido por la fama de un hombre muerto. Pero eso es otra historia. Ese día, en Thyngvellir, dos cuervos alzaron el vuelo cuando Arik y Thorstein dejaron el valle.