martes, 6 de noviembre de 2018

Eugen V








El entrenamiento no era algo sencillo, era asequible pero no sencillo. En realidad y desde la guerra todos los jóvenes recibíamos ciertos conocimientos militares durante nuestro periodo de instrucción social. La educación clásica como tal se había vuelto a estructurar de manera que se adecuase a las necesidades de cada individuo. No tenía sentido educar en geografía, por ejemplo, a un funcional y para los comunes quizá fuese provechoso buscar su especialidad ya que no poseían a priori ninguna característica especial. 

El asunto es que es aspecto físico y militar tenía cierta importancia en los centros de instrucción social, así que muchos conceptos no eran nuevos para mí. Si lo era, sin embargo, la intensidad. Hicso y Nero no escatimaban en esfuerzos para hostigarme y motivarme, siempre con una molesta sonrisa mientras me zarandeaban, golpeaban o me llevaban de vuelta a un obstáculo en la pista de agilidad. 

- ¡Qué sorpresa, te caíste de nuevo! - Ah sí, también estaba Norna. Muy ágil ella, tanto que resultaba molesto verla brincar y balancearse de estación en estación. 

Junto a mí también había otros comunes recibiendo adiestramiento; "alfas", tal y como nuestros adiestradores decían. Que no fuésemos diseñados antes de nacer no nos hacía necesariamente inútiles, así que al parecer algunos de nosotros no estábamos mal del todo y El Movimiento podía sacar partido de nosotros. Perdone el lector... El Movimiento. Sí, así decidieron llamarlo en un clásico alarde de eficiencia en el lenguaje. No se organizó ningún comité ni ninguna junta para decidir el nombre de aquella extraña rebelión; simplemente comenzó y puesto que crecía y se "movía", por inercia se comenzó a denominar "El Movimiento". Pero volvamos al entrenamiento puesto que no todo era saltar y golpearse.

- Este dispositivo tan avanzado es una omniherramienta. - Hicso nos mostraba una especie de bloque metálico con diferentes junturas - Os servirá para muchas cosas, tiene infinidad de usos y se encuentra directamente conectada a nuestro centro de control. Con ella podréis generar calor suficiente para, por ejemplo, cortar una alambrada. Pero no todas sus funcionalidades son tan prosaicas, claro, así que mirad - el chisme se abre - esta conexión es universal y se adapta a docenas de diferentes aparatos, sistemas y computadoras, así que básicamente podréis acceder (gracias a nuestra ayuda desde el centro de control) a un 95% de terminales de la Corporación. Recordad una cosa antes de iniciar la práctica con ella; si tras la configuración pre-misión la toca alguien que no seáis vosotros estallará de una manera muy exagerada, así que os recomiendo ponerle una pegatina de colores si sacáis varias de ellas a la vez - La sonrisa de Hicso, de alguna manera, nunca lograba tranquilizarme - ¿Alguna pregunta? 

- Sí - dije -¿Qué ocurre con el otro 5% de terminales que no sean accesibles, cómo las identificamos?

- ¡Siempre tan agudo, sabía perfectamente que jamás nos equivocamos contigo!, lamentablemente, mi querido Eloi, no tenemos respuesta para ello por ahora. Existen terminales muy seguros con un cifrado de altísima calidad, pero también pueden ser errores producidos por la misma omniherramienta. Si eso sucede creo que descubriréis útil nuestro adiestramiento en brincos y patadas, tal y como tú mismo lo llamas amigo mío - Se suceden una serie de sonrisas nerviosas. Vagamente intuimos que si ese aparato nos delata, moriremos. - Pero, ¡basta de hablar amigos!, coged una omniherramienta y tratad de descodificar el bloqueo de aquellas puertas blindadas. Después debéis probarlas en estos ordenadores de acceso. 

Nuestro aprendizaje era largo y, en ocasiones, tortuoso. De una manera extraña y ridícula habían simulado mi muerte y me encontré viviendo en el subsuelo mientras jornadas de instrucción se sucedían agotadoras una tras otra. Nunca pregunté quién fue el tipo que utilizaron para simular mi cadáver, aunque supuse que sería un desdichado funcional. El tema era que mi vida había tomado un cariz emocionante y no sentía que hubiese hecho nada especialmente difícil para alcanzar este punto, era como si simplemente alguien me hubiese puesto ahí como si fuera la cosa más normal del mundo y, vaya, estaban enseñándome a infiltrarme, disparar y, bueno, vale, brincar como un mono. 

Descubrí que no era mal tirador, especialmente con carabinas cortas. Las enseñanzas referentes al combate cuerpo a cuerpo eran abundantes y no era ni bueno ni malo, iba escapando y aprendiendo algunos trucos. Nero, que poseía un físico afilado e imponente, era el encargado de enseñarnos estas destrezas y juraría que no perdía una oportunidad para rebozarme por el suelo frente al resto de compañeros. Norna, por su parte, se afanaba en hacer que me cayese de cuerdas y escalas, que me golpease contra postes y, a su modo, que también me rebozase contra el suelo. Quizá pueda pensar el lector que dramatizo, y así es, pero también es cierto que el suelo se convirtió en un lugar muy íntimo para mí. Algunas veces el suelo era un tartán blandito y otras, las más, era cemento duro y resinoso. 

Los 23 alumnos seguimos esa rutina durante varias semanas y, después, durante unos pocos meses más. La comida era saludable y abundante, así como cómodos eran los alojamientos. Poco a poco se nos fue enseñando cómo íbamos a enfrentarnos a las diferentes empresas que orbitaban alrededor de La Corporación y de qué manera teníamos previsto frenar el aparente desenlace que le esperaba al mundo desarrollado. La cosa abrumaba, la verdad, y estaba estimado que en una generación y media los comunes fueran una dramática minoría y la sociedad se organizase en castas ordenadas y controladas en el sentido más literal que el lector pueda entender. No ya publicidad, tendencias o mensajes subliminales, no. El control iba a ser absoluto y lo gris del futuro nos hacía empatizar cada vez más con la causa. Y con el suelo, vale, pero también con la causa. 

La primera misión tuvo lugar unos dos meses y algo después de aquel paseo por las calles a la zaga de Norna y, créanme, tuvo de todo... 


domingo, 16 de septiembre de 2018

Eugen IV

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-          -Triangulando coordenadas de ataque. Proceso concluido, coordenadas generadas. Proceda sobre X3450/Y5689. Edificación ligera. Destrucción requerida. – Voz mecánica, procesos automatizados. Los datos se reflejan en el visor del casco. El canal por voz es redundante, mera deferencia para que los componentes más primitivos del cerebro de un ser humano sigan el ritmo de la acción y aquellos vestigios de la comunicación no se resientan.

-         - Coordenadas recibidas en 34-56, vector de aproximación trazado. 14 segundos.

-        -  14 segundos. – El aparato corta el cielo como si la resistencia que opone la gravedad y el mismo volumen del aire no existiesen. Propulsión por fusión controlada. "Mi objetivo estará destruido sin percibirme" Piensa el piloto.

-         - 5 segundos. – Es un pensamiento que le reconforta de alguna manera. Matar es más sencillo así. Siempre lo había sido, pero desde hacía un tiempo se aferraba de forma extraña a eso: ellos no sabían qué iba a pasar y de repente no existían.

-         - 5 segundos.

-     - Impacto directo. Valoración: Enemigo destruido. Inicio procedimiento de recuperación. Tiempo aproximado para recuperación… 4 minutos.

-        -  BDA: Destruido. STR: 4 minutos. – La impersonalidad del sistema de coordinación todavía se le hace difícil de digerir. Esta vez el enemigo era un conjunto de chozas aisladas. El cazador desconoce quién estaba dentro, un ente recién vaporizado, ignorante a su destino o si había alguien si quiera. A veces las misiones solo pretenden medir la lealtad moral hacia la Confederación por parte de los pilotos. Ha sido diseñado para afrontar ese trabajo con eficiencia. Es un eficiente y, de alguna manera, hace tiempo que se cuestiona la utilidad de su función. Cree que eso no estaba previsto cuando fue concebido.
        
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-         - ¡Bienvenido Hilas!, ¿Has encontrado propicia la misión? – El operario técnico de psicología y moral suele tardar en llegar menos incluso que los mecánicos aeronáuticos a cargo del caza. Como pieza del engranaje el piloto era muy caro y los cuidados, para qué mentir, eran magníficos. Buena comida, atención médica y psicológica, cuidado de sus implantes al día, sin fisuras. Las tribulaciones emocionales no podían, desde luego, deberse a su calidad de vida. 

-    -Afirmativo Catorce-Sigma, misión propicia, sin novedad en el ejecutado. Gracias. - Asepsia en la comunicación. Es uno de las cualidades más valoradas en la escuela aérea. Todos la ejercitan aun solo siendo innata para unos pocos. Para Hilas tal manera de hablar es artificial y forzada, pero le aporta la comodidad de la distancia que puede mantener con alguien. La precisión, enemiga de la empatía, favorece su aislamiento. 

-    -  ¡Eso me reconforta enormemente! Permíteme indicarte que deberás entregar tu informe en 27 minutos. Tu bandeja de asignación es la número 25 esta vez. Procura visitar al psicobiólogo, es una propuesta que realizo de manera intuitiva y personal. – Los ojos de aquel funcional poseían implantes que transmitían el estado anímico y constantes del sujeto de análisis directamente al centro de control. Si ellos habían percibido los cambios o si eso se reflejaba en la química hormonal que el piloto emanaba, nunca llegó a saberlo. Hilas asiente una vez, enérgico y escueto, no tiene sentido dialogar más con aquel ser, la tarea del mismo solamente es proporcionar una cara amable que oculte el profundo estudio post-misión que se efectúa por sistema a cada piloto. 

- El informe es entregado  a tiempo, rutinario, limpio y conciso. Hilas acude después al área de nutrientes. En el pasado aquellos lugares se llamaban cantinas o comedores, pero se acabó poniendo  mucho énfasis en que la utilidad de esa amplia sala no debía ser confraternizar, tan solo recargar el organismo a nivel energético. No obstante las investigaciones que limitaban las funciones y características humanas tales como el libre albedrío todavía no estaban tan desarrolladas como para evitar que ciertos sujetos (cada vez menos) se hermanasen hasta cierto punto como los guerreros de antaño.

-         - ¡Hilas, aquí! Siéntate hermano. – Fineo, piloto de su ala. No solían coincidir en combate puesto que aquellas aeronaves operaban en solitario, su armamento y tecnología solía marcar la diferencia y un solo caza era más que suficiente para concluir la mayor parte de misiones. Por ese motivo tampoco en los tiempos de asueto los pilotos tenían muchos compañeros con los que intimar.

-        -  Salud Fineo, hace semanas que no te veo. Tenía la esperanza de ver tu nombre en el plano, no obstante aquí estas, engordando tu cuerpo. Cada día más abotargado, por cierto – El plano había sido durante la guerra un enorme mapa estratégico que hoy se utilizaba como tablón de anuncios. Normalmente se informaba durante 16 horas de las bajas sufridas, con lo cual aquella era una macabra broma fruto de la confianza. Broma que sería probablemente archivada y analizada gracias a los micrófonos situados por toda la instalación. 

-        -  Siento decepcionarte amigo, aun me quedan unas cuantas leguas que surcar, no obstante… Tienes peor cara. ¡Perdóname, olvidé que tus genes no buscaban la belleza! Es muy desconsiderado recordarte lo incómodo que resultas cerca, mis disculpas hermano.  

-        -  Eres una babosa – Entre Fineo e Hilas siempre hubo complicidad y amistad. Sus bromas eran vistas como algo peculiar y la unidad psicobiológica había tomado buena cuenta de la propensión a la risa entre aquellos dos individuos. Ellos dos intuían que la siguiente hornada de pilotos no se les parecería en ese aspecto. Poco a poco se iría alcanzando la eficacia total. 

-        -  ¡No sabes cómo me acabas de ofender!

-       -   Seguro que ha sido así, pero dime, recibí tu mensaje y no pude responder. ¿De qué querías hablar?

-      -    Ah, no era importante, no en este momento. ¿Dime, fue la propicia la misión? – Hilas captó la reserva de su compañero. Aquello era, no obstante, interesante; ¿un eficiente como Fineo intrigando?

-        -  Si, lo fue. Existen todavía conceptos e ideas que querría pulir. Conocer, ya sabes. Conocer es el futuro y eso.

-       -   Claro, debes esperar un tiempo y poco a poco acabas por entenderlo. ¡Yo ya lo hice! Y mientras tú te pones a mi nivel, creo que será mejor que te fijes en quién acaba de entrar. – Conocía esa broma, pero era parte de su complicidad. Miró hacia la puerta fingiendo caer en la trampa y Fineo le quitó una porción de comida de la bandeja.

-         - ¿Ya está el nene contento con su broma?

-          -¡Siempre!       

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Durante el siglo pasado los primeros pilotos humanos que concluían sus misiones debían lidiar con las consecuencias de sus actos mucho después de la operación. En la soledad de sus habitaciones y hogares rumiaban e imaginaban cómo debió ser el final de aquellos infelices en tierra. Después, si tenían suerte, simplemente se acababan insensibilizando o, por otro lado, acaban deprimidos o bajo tratamientos. Algunos recurrían al suicidio.

No era el caso de aquel piloto. Para el no había remordimiento o dolor, no había dudas morales. Se cuestionaba la utilidad de acabar con simples humanos haciendo uso de armamento tan caro y sofisticado teniendo fuerzas de tierra más económicas e igual de eficientes para esas tareas básicas. Y, de repente, un día sintió una extraña punzada. Un desconocido vacío. Algún remanente escondido en sus genes empujó a la luz un atisbo de empatía, herramienta básica desde hacía milenios para la especie. Tiempo después comprendió que su acondicionamiento era deficiente y la química de su organismo todavía tenía un amplio margen para sentir, experimentar y adaptarse.

Preso de ese vacío se limitó a sentarse en su cama y analizar su vida hasta ese momento. De vuelo en vuelo, de masacre en masacre. Docenas de objetivos abatidos y un erial a su paso. Todavía no sentía culpa por sus actos, pero esa sensación de vacío lo aprisionó durante horas y, por primera vez, su raciocinio acelerado no encontró una solución lógica o una justificación suficiente. Él mataba. Mataba con profusión, con habilidad y con conocimiento. Mataba mucho.

Habían transcurrido unas horas desde el encuentro con Fineo y el aislamiento autoimpuesto cuando notó una ligera vibración en la muñeca. Mensaje entrante. Con un impulso cerebral dio acceso al mensaje directamente sobre su campo visual y pudo leer: “HGR-71B. 30 minutos”. Eran las siglas del hangar 71B, una zona secundaria para almacenaje de repuestos que no eran de primera necesidad. Nada más complejo que herramientas, accionadores, rótulas y rodamientos. Sin pensarlo se levantó y marchó en esa dirección. Quien hubiese escrito ya habría tomado las medidas de seguridad adecuadas para que su ruta hacia allá fuese discreta, de lo contrario siempre podía aludir necesidad de equipo personal en 70B, que hacía las veces de repositorio de uniformes y material individual.

-        -  Las cosas están cambiando, ¿verdad? – Escuchó Hilas tras deambular entre los pasillos del hangar. La voz provenía de un hombre equipado con la vestimenta de los operarios clase B-2, mantenimiento, funcionales dotados de habilidades avanzadas para la organización y la clasificación de materiales.

-         - No detecto conexión red contigo. ¿Quién eres? Eres común.

-          -Lo dices de una manera que suena como un insulto.

-         - Disculpas.

-       -  Aceptadas. – La respuesta sonaba como una burla y su interlocutor adoptó una voz robótica. El piloto sonrió para sus adentros, era una buena sensación muy poco común – Escucha, Fineo nos habló de tu despertar. Debes venir con nosotros y siento decirte que debe ser ahora. No te queda mucho tiempo. 

-       -   ¿Cómo, de qué estás hablando? 

-       -   A ver, no es algo excepcional lo que te acaba de ocurrir, pero ellos también lo saben y te liquidarán dentro de poco. Me llamo Eloi y ha sido muy difícil colarme aquí, así que decide ya si vienes o no.

-       -   Voy. - La respuesta fue rápida, directa. Estaba acostumbrado y diseñado para realizar un análisis rápido de su entorno constantemente. 

-         - Vaya. No esperaba que fuese tan sencillo. - Eloi pareció confuso por un segundo.

-        -  Claro cielo, tú siempre lo complicas todo. – Esta vez la voz era de mujer y estaba a su espalda. "Claro, si hubiese decidido dar la alarma ella me hubiera eliminado" Pensó Hilas. Trajes de camuflaje y absorción de información. Hacían casi imperceptible a un portador con los conocimientos necesarios. Esos trajes gozaban de utilidad frente a la percepción física y al análisis de redes. Desde luego aquella mujer tenía esos conocimientos y el individuo, Eloi, al carecer de conexión red, se convertía en otro elemento difícil de rastrear.

-        -  Si, Norna, lo que usted diga. Como viene siendo habitual - Hilas detecto ironía en el comentario. Música para sus oídos, descubrió admirado -  ¿Nos vamos o te queda alguna aparición espectacular más?

-       -   Me gusta cuando te molestas, pequeño. Tengo el transporte listo. Piloto, tú primero bombón, en dirección al 72A, escotilla de residuos 13. Transporte de carga número 25. ¿Entendido? – El piloto juró que Eloi se agitaba ligeramente cuando ella le llamó “bombón”.

-         - Entendido. Cuestión… ¿Fineo?

-      -    El nos hace un gran servicio aquí dentro así que por ahora ha decidido permanecer en la instalación. Le debes mucho más que la vida. Eloi cariño, te dejamos solo.

-       -  Ya, la próxima te expones tú. Diva… - Eloi masculló y se perdió entre los pasillos del hangar rápidamente. Se notaba destreza en sus movimientos, entrenamiento reciente.

-       -   Este muchacho… Bien, Hilas, carnicero, nos reuniremos allí en un momento. Créeme, esto te va a gustar.

-        -  Estoy seguro de que tienes razón.



domingo, 16 de julio de 2017

El Círculo de Camelot II






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Allí lo encontró Merlín, justo donde debía estar, practicando con las armas como era su costumbre a esa hora del día, ya al atardecer ejercitaría la escritura y la memoria. Uno de sus escuderos, Roderick si no se equivocaba el mago en la distancia, estaba clavando señuelos en el suelo con forma de soldado armado. El caballero, brillante en su armadura, espoleó su enorme corcel desde un trote elegante a un galope furioso en un tiempo mínimo, se asemejaba a contemplar un rayo ver semejante pareja cabalgar. Desde su juventud, el caballero dio muestras de seguir los pasos de su padre e incluso de superarle en destreza y nobleza de espíritu, tanto es así que cuando alcanzó su vida adulta era tal su fuerza y porte que la armadura que perteneció a su huido padre encajó en él como si un maestro herrero le hubiera tomado exactas medidas, no era otro este caballero que Sir Galahad el Puro, hijo de Sir Lancelot, amado y odiado por igual en la mesa de Arturo.

Se aproximaba Merlín al campo de entrenamiento cuando Galahad ensartó su lanza en lo que hubiera sido un minúsculo hueco en la gorguera de cualquier guerrero, que hubiera quedado decapitado al instante. Cualquier caballero hubiese detenido la cabalgada y hubiera repetido el movimiento con otro señuelo, pero Galahad sabía que el combate no terminaba ahí; desenvainó un hachuela de caballería que portaba al cinto y se la clavó limpiamente en la cabeza a un objetivo al que Roderick había equipado con un casco, tras eso desenvainó la espada y se dispuso a embestir al tercer blanco cuando reparó en la andrajosa y, curiosamente, elegante figura que se le acercaba sonriendo y detuvo su decimosegunda secuencia de entrenamiento matinal.

-          ¡Merlín! ¡Me lleve el Señor, bienvenido seáis! – El caballero saltó del corcel como si no hubiera una enorme altura y se despojó de su yelmo, descubriendo un rostro joven apenas sudoroso, como si varias horas portando esa panoplia no le hubieran pasado factura.

-          ¡Mi querido Galahad, veo que no habéis perdido ni un ápice de destreza con las armas, alguno en Camelot incluso murmuraba lo contrario!

-          ¡Ah, amigo, muchos murmuran en esa ciudad, es por eso que me retiré al campo!

-          Me consta, mi joven amigo. Algunos sin embargo os echan en falta, ese Bors y Perceval entre ellos, compañeros ambos de vuestra búsqueda del Grial.

-          ¡Menudos dos caballeros! Bien pudieron haberlo encontrado antes que yo, Merlín, pues no solo me son queridos, si no también respetados. Son guerreros junto a los cuales Arturo puede dormir tranquilo.

-          Tu humildad resulta exagerada, Galahad, si bien ellos son grandes caballeros, bien sabemos ambos que solo la pureza del más noble podía enternecer el alma de la Dama del Lago. Más, no hablemos aquí a la intemperie, ¿no tendrá mi austero caballero algo de vino, hidromiel quizá, para este pobre adivino sin memoria?

-          ¡Hablas de humildad, Merlín y eres el más duro hombre que conozco! Por supuesto, por supuesto… Vayamos a mi pabellón. ¡Roderick, Wyglaf, desmontad el campo y descansad, hoy festejaremos esta gran visita! – Los dos escuderos se miraron apesadumbrados, pues recién terminaron de clavar otra veintena de pesados postes y su descanso todavía tardaría en llegar.

Habían transcurrido muchos años desde la huida de Lancelot y Elaine cuando Galahad, el vástago de ambos, fruto para algunos de la traición y noble hijo inocente para otros, entró en Camelot aun a riesgo de su vida, equipado como un imberbe caballero por aquel entonces y derribando a tantos como se le enfrentaban en numerosas justas y combates. Tal fue la fama del joven caballero que el mismo rey Arturo le invitó a su banquete más íntimo, momento en el cual Galahad se sentó en el asiento peligroso, donde, se decía, quien descansase caería fulminado salvo que fuera puro y noble. Arturo, al ver que aquel caballero tranquilo y valiente le miraba directamente a los ojos, entendió lo que venía intuyendo desde hacía algunos años: El Santo Grial debía ser hallado y tenía ante sí a quien más cualidades poseía para encontrarlo.

Fue de tal manera que Sir Bors, Sir Perceval y el mismo Sir Galahad partieron en su busca, viviendo increíbles y peligrosas aventuras hasta que fue el tercero, el más puro y casto, quien lo encontró. No obstante, no hubo mucho tiempo de celebración en Camelot para Galahad, quien encontraba demasiado sencillo derrotar a cuantos caballeros justaban contra él, generando poco a poco envidias y recelos ante tanta nobleza, como si fuera un espejo indeseado de los caballeros imperfectos que se comparasen con Galahad. Sintiéndose incómodo, decidió abandonar la corte y vivir como un errante más, practicando la destreza de las armas y la escritura, acompañado tan solo por su pequeña mesnada de hombres de armas y escuderos, seguidores fieles que bien pudieron ser caballeros en Camelot pero decidieron acompañar humildemente al hijo de Lancelot. Y ahora, tras todo ese tiempo, Merlín le encomendaba una misión más…

-          Sí, noble Galahad, me temo que Arturo requiere de tus servicios una vez más, aun siendo tan testarudo como para no volver a reclamar la sangre de Lancelot.

-          Nunca he antepuesto mi orgullo a las cuitas que mi padre mantuvo con el rey y también he sido comprensivo con mi rey por aquello que sucedió tanto tiempo atrás… Pero Merlín, ahora estoy embarcado en otra tarea. – Merlín no pudo evitar sorprenderse, no por que esperase que el joven caballero se fuese a mantener inactivo, si no porque debía ser algo de gran importancia para hacer dudar a Galahad, de quien esperaba un convencimiento más sencillo que de Aedán.

-          Mmm qué interesante Galahad, qué interesante. ¿De qué se trata, si este anciano puede saberlo? No pongas duda alguna en que si alguien puede ayudarte y tiene aun poder y voluntad para hacerlo, ese soy yo.

-          Verás Merlín, ocurrió muy deprisa y aun no lo distingo de la realidad, pues a veces pienso que fue un sueño. Una doncella, bueno… Una joven con pelo ceniciento y la cara marcada por el acero de algún bandido, apareció ante mí una mañana mientras buscaba el Grial. Tanto me sorprendió que pensé incluso en que se trataba de la Dama del Lago.

-          ¿Y no era tal?

-          No, ni mucho menos, era una guerrera hábil como pocos hombres he conocido, rápida tanto de palabra como de espada. Pasé con ella tan solo dos días, al tercero simplemente desapareció y continué mi búsqueda, pues se lo debía al rey y no creí justo que despreciase mis votos y mi palabra tan solo por mi curiosidad, creciente desde entonces debo reconocer, tanto por lo extraño de aquello que viví como por aquella doncella... bueno, joven. 

-          Rectificáis pues al llamarla doncella, no me ha pasado desapercibido.

-          Bueno viejo amigo, nunca llegué a saber si ella posee aun su virtud o no, pero creo que no apostaría por esa muy probablemente perdida castidad… - reconoció ruborizado Galahad – Entonces, habiendo sentido saldada mi deuda con el rey y no estando cómodo en Camelot, tras tanta apariencia y vacuidad, decidí partir en su busca y seguir perfeccionando las artes que mi padre me enseñó.

-          Vaya, Galahad, es toda una gran sorpresa verte tras una joven a estas alturas ¿quién lo iba a decir?

-          Lo sé Merlín, más no es solo lo que pensáis, pues ella era briosa y bella, es también que esconde un misterio que todavía no comprendo, más grande que el mismo Grial me temo, y en tanto respire buscaré su respuesta. Y a la joven, se entiende.

-          Lamento entonces traer esta tarea para ti, amigo mío, quizá debiera buscar en otro sitio caballeros menos ocupados que vos y dejaros a vos cabalgar y batallar en pos de vuestra visión – Merlín conocía bien a Galahad y sabía que ante ese inofensivo desdén, el caballero no dudaría en acceder a cualquier misión que el hechicero le encomendase.

-          ¡Vaya, viejo mago! – sonrió el caballero – No puedo si no posponer cualquier tarea cuando decidís que así sea. Decidme, os lo ruego, en qué requiere el rey mi presencia.

-          En su muerte, nada menos.

-          ¡Qué decís!

-          Os habéis alejado mucho de la corte por lo que veo. Os lo explicaré; el hijo de Arturo, Mordred, trató de usurpar el trono de vuestro rey en su ausencia, provocando la expulsión de Mordred de Camelot, pero escuchad, Mordred es hábil de palabra y diestro con las armas, cuenta además con el patrimonio de Morgana y la sangre de Arturo, así que puso su espada del lado de los sajones, que le siguen como a un rey y mucho me temo que significa esto el fin del Reino Dorado.

-          Pero Merlín, algo podremos hacer al respecto… No puedo aceptar tremendas palabras como un hecho ya sucedido.

-          No Galahad, nada podemos hacer. Debes creerme pues lo he visto y no hay solución. Arturo y Mordred están condenados, pero del daño que reciban los sajones depende de que en esta tierra se mantenga la identidad y la magia, es por eso que Arturo requiere de tus servicios en la última batalla de Camelot. Veo en el futuro guerras, muerte y un nuevo Dios, pero de lo que ocurra en las próximas semanas depende que mis dioses y muchas más cosas que aun no te enseñé perduren en la Tierra. Puede incluso que el nexo que te une a esa joven se pierda si los sajones barren toda identidad de estas tierras.

     No pudo Galahad sino partir y unirse a Arturo en la batalla que estaba por venir. Con el corazón dividido entre el deber y el misterio, el noble caballero cabalga para mantener una vez más sus votos. ¿Llegaría a tiempo para ser decisivo en el combate? Esto se preguntaba Merlín mientras continuaba el último de sus viajes, o al menos el último que los hombres pudieron ver, pues tras estos tiempos de leyenda el mago abandonó Britannia, pero eso es algo que aun no debe tratarse en estos textos... 

miércoles, 12 de julio de 2017

El Círculo de Camelot






El arquero notó sus articulaciones entumecidas cuando al fin resolvió levantarse; su presa estaba a tiro y la oportunidad se antojaba dorada. Con extremo cuidado tensó la cuerda de su arco tras colocar una horrible flecha dentada, una flecha que haría gotear al ciervo rojo permitiendo al cazador seguirle el rastro con facilidad. Apartó de su mente la dolorosa sensación de sus músculos agarrotados y se dijo que la causa bien merecía la pena. Un hombre no puede vivir siempre de pequeños frutos, roedores y gachas acuosas. Apuntó al cuello de la bestia esperando una muerte rápida, homenaje quizá al espíritu del animal o bien practicidad pura, nadie que le conociese supo nunca cuales eran las intenciones de ese viejo cazador. Cogió aire, soltó la mitad y…

-          ¡Dichosos los ojos, el mismísimo Aedán Gabraín ante este viejo trotamundos!

Aedán soltó la flecha debido al sobresalto y falló el tiro estrepitosamente. El gran ciervo rojo, asustado, brincó fuera del pequeño claro dejando de ser un jugoso objetivo para el arquero. Maldiciendo y avergonzado por haber sido sorprendido de esa manera, el arquero se encaró a su poco deseado interlocutor, descubriendo ante sí a un viejo harapiento con una túnica sucia y una extraña capellina plateada en las sienes, harapiento pero con cierto porte, tuvo que reconocer.

-          ¿Quién demonios sois vos, maldito viejo entrometido? ¿Y cómo os habéis acercado a mí de esta manera? Saben los dioses que de ninguna forma se me puede sorprender con tanta facilidad y mucho menos un… un…

-          ¿Un encantador anciano, mi querido Aedán? Es una falta común a los jóvenes el dejarse llevar por las apariencias, he perdido la cuenta de a cuantos hombres he debido dar esta lección. Recuerdo aquel guerrerucho libidinoso, noble a su manera, que cabalgó sobre los últimos estertores del dragón, o a su hijo, a quien le augura la muerte tras incluso haberme escuchado sabiamente mmm, mmm quizá sea culpa del maestro al fin y al…

-          ¡Silencio anciano, dejad de divagar! ¿Cómo conocéis mi nombre?, ¡Pocos hombres lo hacían cuando desaparecí y mucho me temo que menos deben quedar todavía con vida! Y, si poseéis cierta donosura y cortesía, contestad a mi primera pregunta, ¿De qué artes disponéis para sorprenderme de esta forma?

-          Bien, bien… En estas tierras soy conocido como Taliesín y allende los mares me llaman viejo Halcon, por la nariz supongo. Y tú, mi querido rey Aedán de Dal Riada, hijo del poderoso  Gabrán Domangairt, me conoces desde hace muchos años, cuando eras un tierno infante preocupado tan solo por la monta y la espada.

-          El viejo Halcón Gris… ¿Qué hacéis aquí? Ahora comprendo cómo me pudisteis sorprender así, pues no son pocas tus artes. Largo hace que nadie usó ese título conmigo, pues desde que Aetelfredo de Bernicia (que los dioses no le otorguen su favor) me derrotó, vago y yerro en soledad reinando quizá entre una roca, un árbol o ese ciervo que por tu culpa he perdido.

-          Cierto Aedán, fuiste derrotado, más aun se habla de tu bravura y tu valor y no pocos hablan de tu muerte como de una catástrofe difícil de solventar. Tu hermano Brandub, aun sabiendo que vives como un errante más, se preocupa día a día de tu suerte. Como ves noble cazador, no eres aun olvidado en el mundo que dejaste.

-          El mundo que me expulsó, Taliesín, no viertas miel en mis oídos. Pocos nobles me apoyaron en Dal Riada cuando Aetelfredo puso en fuga mi hueste. No me dejaron otra opción que fingir la muerte y abdicar a favor de mi hijo Eochaid, a quien le deseo el mejor de los destinos, diferente al de sus hermanos… - Añadió sombrío el viejo rey.

-          Me duelen tus palabras y aun lamento la muerte de tus hijos, no fueron pocas las lágrimas que vertí ese día y, créeme, no hay miel en mis palabras cuando recuerdo aquella batalla.

-          Hablas, mago, como si hubieras estado presente.

-          Presente yo, presentes mis amigos. Tengo la suerte de contar con muchos y de muy diversa índole, más no obstante en los últimos tiempos reconozco cierta carestía en sus atenciones…

-          Divagáis de nuevo viejo Halcón, centraos os lo ruego. ¿Qué requerís de mí?, corto es mi tiempo si pretendo dar caza a ese ciervo que perdí por vuestra inoportuna llegada.

-          Seré breve entonces, Aedán. Arturo, el bienamado rey de Camelot se enfrenta a su hora más oscura. La muerte indudable se cierne sobre él y su reino. Sus caballeros, expulsado Lancelot, no gozan de la fuerza que tuvieron antaño y su hijo Mordred el Hechizado es fuerte en mesnada y poderío. Requieren la ayuda de los grandes guerreros y entre escotos, celtas y norteños no conozco a ninguno con tu pericia.

-          Exageras tus palabras, más no se me escapa ni una de las que me expones; dime, si su muerte es tan indudable, ¿qué servicio puedo hacer yo sin perjuicio de mi vida?

-          ¿Tu vida Aedán? Ambos sabemos que llevas muerto mucho tiempo, que vives como la sombra de quien fuiste, añorando no salones ni banquetes, pero si el ardor, la espada y la gloria. Y responderé a tu pregunta: Camelot, Camuloduno como la llamaban los hombres de acero y piedra, caerá como mañana caerá el Sol y volverá a nacer tras la noche. Pero dime, Aedán, ¿muere un guerrero mejor entre sus enemigos segados o en el lecho postrado o, permíteme, en la espesura abandonado? Diré más; de cuantos sajones mueran a manos de Arturo y sus caballeros depende la unidad del reino en un futuro lejano. Esta tierra, Britannia, será sajona en un futuro, no lo dudes, pues Alfredo del Cristo Blanco llegará, como llega su nombre a mi mente entre las brumas del tiempo que vendrá, pero la identidad de los pueblos que la ocuparon perdurará si Arturo causa daño mortal a Mordred y los sajones pierden el empuje destructivo que les acompaña. Ahí, Aedán, es donde está tu gloria y la de los que luchen a su lado, en la memoria pretérita de lo que será.

-          Gozas de elocuencia y hablas del futuro, Taliesín, pero sobran tus palabras. Acudiré por dos motivos: Arturo me es querido, es un hombre noble y morir a su lado se me antoja mejor que esta vida. Mi otro motivo lo conoces bien, añoro el calor de la hermandad, el muro de escudos y la espada bañada en sangre. Los sajones son enemigos de mi hermano y conocidos ladrones y violadores y si bien tus extrañas profecías de Cristos y Alfredos ni entiendo ni me interesan, creo que no podría perdonarme mantener este exilio habiendo un futuro tan breve y brillante frente a mí. Acudiré, mago, habla a Arturo de mi llegada.

-          Recibo con dicha tus palabras, viejo rey. – Respondió el viejo trotamundos con un amago de sonrisa – Una cosa más, no obstante.

-          Te escucho

-          Olvida a ese ciervo rojo, fue un gran amigo en tiempos y hoy te sentarán mejor las gachas.
-          ¡No tientes tu suerte, viejo hechicero! – respondió Aedán sonriendo.


Taliesín, también conocido como Merlín, dejó al antiguo rey Aedán y continuó su tarea para rehacer el viejo círculo que jamás debió romperse. El destino estaba escrito y no concebía a Camelot y sus caballeros en él, pero haría el mago lo posible porque el grito de Britannia se escuchara entre los tiempos que estaban por llegar y que Arturo, ese noble y pobre condenado, fuera el artífice de que la memoria jamás olvidase el sacrificio de esos guerreros que tuvieron el reino dorado a su alcance. 

sábado, 29 de abril de 2017

La Flota del Tesoro

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Corría el año 1429 y la expedición hasta ahora había sido un desastre. La suerte de aquella nao, la Fortuna Audaz, había ido de mal en peor desde que zarparan de Cádiz hacía unos seis meses. El viaje no auguraba nada bueno cuando el buque comenzó a hacer aguas sin motivo aparente: la brea que había entre las cuadernas de la bodega no fue capaz de detener el enorme flujo de agua que amenazó con hundir la nave. El aspecto positivo del suceso era que había sufrido ese percance en puerto y, aunque fueran días desperdiciados, todos agradecieron la posibilidad de descansar unos días más de cara a la travesía.

Frente a las costas de África, cerca de las islas de Cabo Verde, se habían encontrado con una expedición de portugueses que volvían raudos a su país; los negros de aquellas tierras habían recibido a flechazos a su cruzada evangelizadora y esta concluyó antes de empezar. Aquella historia le hubiese resultado cómica a Martín de no ser porque un caballero portugués de nombre Don Gonzalvo habló de estos hechos sin uno de sus ojos, estallado por el impacto de una maza africana.

-      - ¡Voto al Señor que aquel hereje animal no contará su hazaña! – Clamó el caballero, brillando su herida recién cauterizada.
-      - Seguro que no, Don Gonzalvo, más cuénteme, ¿Cómo tuvo lugar esta batalla que relatáis, qué os llevó a estas tierras?
-          - Bien hicieron estos frailes en llevarnos a mí y a mi mesnada. Mi padre limpió sus cuitas y poco hube de hacer en mi tierra, estos santos varones buscaban escolta y yo su oro, así que la unión fue satisfactoria. ¿Queréis un consejo Don Martín? ¡No sigáis! He escuchado que la familia de Agramont busca buenos guerreros para su lucha contra los perros beamonteses, el Rey Juan de Navarra de seguro tendrá en su haber buen dinero para gente como nos.  
-           - ¿Y la batalla…?
-        -  Sí, sí, mi impaciente compañero; no hubo ni tal batalla, fue una emboscada y casi parecía que nos aguardaban los diablos. No habíamos levantado campamento cuando recibimos el primer ataque, que a duras penas logramos contener. Para el anochecer ya habíamos ensillado unos cuantos caballos, pero esos perros no atacaron, nos tuvieron toda la noche en vela. El segundo ataque fue más duro para ellos, yo mismo y algunos de mis hombres cabalgamos hacia ellos y hubieron de escapar. ¡Ja, gusto daba verlos huir de aquella manera!
-           - ¿Y el tercero, señor?
-       -  ¿El tercero? Bueno, no hubo tal. Con ímpetu me dispuse a perseguirles cuando, bueno, no es que huyesen… ¡Nos emboscaron de nuevo! Una pequeña fuerza acudió al campamento y comenzó a hostigar a marinos y santurrones mientras yo hube de… ejem… batirme en repliegue contra una horda de esos demonios oscuros. Poco hubimos de dudar más, los padres querían parlamentar y mostrar el sagrado libro a aquellos herejes. Decían que o bien comprenderían o bien caerían fulminados. No quise yo dudar del Señor pero tampoco desee ponerle a prueba así que heme aquí, contándole a vuecencia lo que hube vivido en estas tierras que insistís en visitar…

Afortunadamente para Martín de Toledo, joven y tercer hijo de una noble y próspera familia toledana, no tuvo la mala suerte de encontrarse con aquellas belicosas tribus africanas (las cuales habrían de sufrir de maneras inhumanas no muchos decenios después). No obstante la sensación de pesadez invadía poco a poco a la cincuentena de marinos y soldados que malvivían en el buque. El alguacil de infantes, Hernando de Arana, advertía diariamente de la baja moral que la gente tenía, mas eran leales y Martín un buen líder, así que no había de temer motines por el momento. Un mes y medio largo después, arribaron en las costas de Madagascar, donde fueron recibidos por unos recelosos malgaches que poco debían a los árabes y mucho menos a los europeos. Martín trató de ofrecer el género que llevaba en bodega; litros de buen aceite y correajes de cuero válidos para infinidad de usos. Aquellos aborígenes trataban el ámbar de maneras muy llamativas, así que el capitán estimó útil volver a Castilla con tan exóticos abalorios. No obstante los líderes malgaches no vieron utilidad en la oferta de Martín y, día tras día, la relación se fue tensando. Hubo de vivir el hidalgo alguna aventura para poder abandonar la isla, pero no serán dichos entuertos relatados hoy.

La decisión estaba clara; un viaje agotador y una recepción lamentable en el último sitio que esperaban visitar, ningún beneficio y pocas aventuras dignas de ser relatadas. Martín formó consejo con sus lugartenientes y no hubo objeción alguna ante la idea de volver a Cádiz y de ahí a Castilla, para quizá ponerse a servicio de algún rey que buscase una compañía de pobres soldados. En esta situación estaba el Fortuna cuando…

-        -  ¡Mis señores, mis señores…! ¡Allí hay… algo! – Aulló Sancho, el veedor del buque.
-        -  ¿Qué dices hombre, qué estás viendo? – La respuesta de Jimeno, el contramaestre, fue más agria que de costumbre.
-         -  ¡Son castillos en el agua, castillos rodeados de barcos!

Tras unos cuantos minutos de expectación, el silencio barrió la cubierta del buque castellano, que poco podía hacer salvo contemplar confuso el inmenso despliegue. Mágicamente una enorme flota de buques elegantes y llamativos había surgido de la nada.  

-          - ¿Preparamos las armas capitán? – Murmuró Hernando, siempre pragmático.
-         -  ¿Y con qué fin amigo mío? Esta es nuestra apuesta. O aquí la diñamos o de aquí sacamos riqueza de este viaje atroz.

Había cuatro gigantes de nueve mástiles en el centro de aquella enorme formación. Por lo que pudo distinguir Martín, había buques cisterna que debían andar repletos de agua y otros de defensa, de seis mástiles y erizados de banderas y lanzas puntiagudas. Como si de un séquito para esos cuatro reyes se tratase, multitud de naves de todo tamaño acompañaban a los mastodontes, barcos mercantes a suponer, además de esas fragatas y cisternas. De las funciones del resto de aquellas naves poco pudo saber el noble en aquel momento. Tal era la estupefacción de los marinos de la nao que, rápidamente, fueron rodeados por pequeñas lanchas de unos treinta metros capitaneadas por un buque-fragata de seis mástiles; militares, por el aspecto sobrio y marcial de los tripulantes que lo ocupaban…

-          - ¡Saludos amigo! – Una voz brotó de la fragata ante la sorpresa aun mayor de los marinos.
-          ¿Cómo? ¡Habla cristiano! – Dijo con sorpresa el contramaestre
-        -  ¡Saludos! ¿Quién sois y qué queréis, señor? ¡Presentaos! – Respondió raudo Martín, poco dispuesto a que por aquel día más sorpresas le dejasen descolocado.
-         - Tranquilo amigo, soy Luca Giovanni, de Nápoles y estáis frente a la muy notable armada del Gran Almirante Zheng He, al servicio del Sagrado Emperador de Catay, aunque ellos se llaman Zhöngguo así mismos.

El napolitano se distinguía de los catayanos que le rodeaban porque vestía unos ropajes genuinamente italianos aunque un tanto pasados de moda. Martín, quien juró no sorprenderse más ese día, se sorprendió.

-          - Su eunuca majestad, el almirante, siente curiosidad por vos y os invita a su buque, ¿qué debo responderle?
-          - ¿Pero os entienden?
-          - ¿Ellos? No, y si me permitís, yo aceptaría.
-          - ¡Está bien, guíanos y hablaremos con ese almirante vuestro! – El hidalgo respondió sin pensar, como le caracterizaba, pero esta vez incluso el se sorprendió de su osadía aunque, bien pensado, ¿qué le hubiera impedido a la armada catayana aplastar su chalupa de haberlo deseado?


Sin demasiada dilación, Martín, Hernando y cinco de sus hombres se embarcaron en una de las largas barcas de remos que rondaban a la Nao y Jimeno se quedó a cargo del Fortuna. ¿Qué milagros verían los castellanos en aquel castillo flotante que se erguía como una montaña en el centro de su enorme flota? ¿Sería ese tal Zheng He aquel que habría de cambiar la suerte de Martín o, por el contrario, pondría la última y más infausta guinda al podrido pastel que venía siendo ese viaje?

viernes, 18 de noviembre de 2016

Eugen III









-         - Sígueme, cuando estemos en la calle trata de mantener la distancia y no compartir la misma acera que yo.
-          - Pero ¿Vas a explicarme de qué va esto o pretendes que vaya detrás de ti sin más?
-       - ¡Anda ya! ¿Vas a decirme que no te agrada tenerme delante? – Aquella chica se permitió ponerme ojitos. Por supuesto seguía burlándose de mí.
-          - ¿Eh? – Respondí en un alarde de elocuencia.
-       - Sígueme y cállate criaturita. – Abrió la puerta de acceso a la azotea sin mediar más palabras y me lancé tras ella tras un momento de vacilación.

Seguí a Norna un tanto confuso mientras sentía una mezcla de nervios y aprensión. Lo que me estaba sucediendo era un tanto extraño; había estado a punto de suicidarme o, al menos, de dedicarme a mí mismo una escena dramática y de repente seguía a una mujer completamente desconocida que, sin embargo, parecía tratarme con intrusiva confianza. Me daba la impresión de que ella me conocía bien, lo cual no aumentaba mi confianza en la situación. La seguí fuera de la zona limpia, es decir, la parte nueva y reconstruida de la ciudad, bien surtida de servicios públicos automatizados y edificios de diseños preciosistas impresos sobre el mismo terreno allanado. Las amplias y limpias avenidas con sus estanques y micro-bosques dejaron paso progresivamente a una urbe más clásica a través de calles cada vez más angostas. Los restos de comunes vivían en su mayoría en esta zona, yo tuve suerte en un sorteo de edificios nuevos y vivía en la zona nueva, lo cual no ayudaba a mejorar la percepción de mi mismo en el mundo. Se me ocurrió en ese momento que quizá si me hubiera rodeado de la añeja normalidad de la poca gente tradicional que quedaba soportaría mejor a la sociedad actual. O eso o compararía y entonces sería más deprimente todavía.

Llevábamos andando alrededor de una hora y media y el estado de decrepitud de la ciudad era palpable; los proyectos económicos se habían volcado casi por entero en la ampliación de la zona urbana con nuevos conceptos e ideas, relegando a una somera reconstrucción la parte tradicional de la urbe,  la cual en algunos casos todavía dejaba entrever las heridas de la guerra; manzanas tapiadas que escondían restos de edificios, fachadas agujereadas, edificios prefabricados cerca de antiguos bloques del siglo XX y XXI y ruinas que simplemente estaban ahí y que en ocasiones sorprendían con fosas comunes o cadáveres fundidos en los cimientos y andamiajes. Tras cruzar una esquina vi como Norna entraba en una tienda de instrumentos musicales así que la seguí con una creciente sensación de irrealidad. Parecía que estaba metido en algún programa de espías de baja categoría.

-       - ¡Bienvenido Eloi! – Quien habló era un hombre de aspecto amable entrado en años, apoyado tras un mostrador de cristal vacío.
-        -  Uhm… gracias. ¿Nos conocemos?
-     - Bueno, nosotros a ti sí, como habrás podido deducir. Te lo explicaremos dentro de poco, mientras tanto pasa por aquí. – El viejo señaló una puerta con una sonrisa y sin pensarlo demasiado crucé el umbral.
-      - Disculpe, ¿Cómo ha dicho usted que se llamaba? – Una densa oscuridad me envolvió tan pronto entré en la trastienda. Recuerdo la breve sensación de agobio que sentí cuando noté que no controlaba mis extremidades. Ese día me estaba luciendo; me estaban dejando inconsciente en un lugar completamente desconocido y nadie podría haberlo dejado tan fácil como lo hice yo. Alcancé a escuchar una respuesta teñida con un tono burlón.

        - Siendo como eres, eso ni siquiera te interesa querido muchacho.




-          - Eloi, ¿Cómo estás?
-          - ¿Eh?
-         - No parece un tipo muy avispado… ¿No decías que era un alfa? Su recuperación es pobre y me quedo corto.
-         - Quizá se te fue la mano con el gas
-         - Pero mira su cara, parece… en fin, sus ojos reflejan la intensidad de una ameba.

Aquello era indignante, créanme.

-        - Suéltame y te enseño lo intensa que es una ameba, subnormal. – Intenté ponerle un poco de rabia a mi amenaza pero sonó algo gangosa y definitivamente pastosa. Ah, también forzada. Pero bueno, me sentí orgulloso de plantar cara a ese par de sombras sobre mí.
-         - ¡Mira, se revuelve! Eso está mejor amigo. ¿Dirías que percibes bien tu entorno?
-       -  Quizá si te enfocases tú esa luz en la cara lo percibiría mucho mejor… ¿Quién demonios os habéis creído que sois?
-        -  Sí, creo que nuestro agudo compañero percibe bien nuestras voces.
-        - Quizá podríamos pasar a la siguiente fase, avisemos a Hicso.
-        -  Sigo aquí personajes, ¿Qué mierda estáis haciendo?
-      -  Por ahora nada, pero Hicso vendrá y te lo contará todo. Te recomiendo que disminuyas tu tensión y controles esa burla de ira que expones.
-     -  Lo que Ethan quiere decir es que no hay ninguna amenaza para ti, Hicso es el más apropiado para explicarte en qué consiste todo esto. Déjame decirte que si tras su explicación no deseas querer saber más sobre nosotros simplemente despertarás en tu casa y decidirás sobre tu vida como siempre has decidido sin recordar absolutamente nada. Sinceramente te recomiendo que nos escuches con atención, no has tenido una vida muy interesante si me permites el apunte.
-       -   Me caes mejor tú que Ethan, debo reconocerlo…
-       -   Esa es mi tarea. Me llamo Nero, encantado Eloi.

Intenté hacer algunas preguntas y me respondieron a las más básicas. En definitiva, no sabía dónde estaba pero supe que formaban parte de algún tipo de organización clandestina. La deducción no era muy brillante, pero al menos percibí que no corría demasiado peligro. Además Nero tuvo la amabilidad de cubrirme los ojos con un antifaz para evitar la luz cegadora que me estaban aplicando. Estaba a solas con Ethan cuando llegó Hicso. Por la manera que tenían de hablar de él esperaba una voz grave e imaginaba un tipo carismático con cicatrices, lo que esperas de un antiguo combatiente rejuvenecido tras la guerra. La voz de niño y la gracia al explicar las cosas aumentaron aun más mi desconcierto.

-       - ¿Cómo estás Eloi, te han tratado bien mis amigos?
-       - ¿Eres Hicso?
-     - ¡Sí, tengo el gusto! Disculpa mi reiteración querido Eloi pero tu estado me es importante, ¿Estás bien?
-       -  La silla es cómoda y el antifaz útil. Quizá aflojaría un poco las ataduras.
-      - Bueno, me temo que eso por ahora no es posible. Veo en los monitores que la circulación de tu sangre es óptima, así que créeme si te digo que no corres riesgos. – La voz y la cadencia de Hicso me resultaban familiares. Esa manera de hablar era demasiado correcta como para resultar completamente natural.
-        - Dime Hicso, eres un eficiente, ¿verdad?
-       - Pues sí, ¡aciertas de nuevo mi perspicaz amigo! Contándote lo que te voy a contar entenderás que no puedo repetir que tengo el gusto de ser lo que soy, aunque mantengo que efectivamente adoro ser quien soy.
-        - Eso suena un tanto extraño. Ser quien eres es resultado directo de ser lo que eres.
-      - Claro, desde luego, pero déjame proponerte una situación. Imagina que lo tienes todo Eloi, todo. No obstante ese todo que posees pende de un hilo tan estrecho que no solo no está bajo tu control si no que es terriblemente endeble. Piensas rápido, digieres rápido y te desarrollas rápida y maravillosamente. Pero Eloi, todo eso es mentira, estás completamente subordinado a los caprichos químicos de un dios. Ese dios te ha llenado de complacencia y seguridad en ti mismo y, sin embargo, nada de quien eres se relaciona con lo que tú eres. Has resultado así sin que tú hayas decidido cómo llegar hasta ahí. Comprendes que eres casi perfecto pero de súbito comprendes que tú no eres tú, tú eres quien ha sido diseñado para ser. Sé que pensarlo es un poco extraño, pero déjame augurarte que antes de la siguiente media hora habrás comprendido a la perfección a qué me refiero. Por fortuna ese dios que te mencioné es absolutamente falible y alguna que otra oveja del rebaño se le ha escapado. Esta oveja te va a explicar en qué consiste esta aventura en la que te has embarcado.

Lo que Hicso me contó casi me hizo admirarle y compadecerle por lo que era. Ellos, los eficientes, estaban diseñados para ser como eran hasta un punto mucho más grande que lo meramente físico. Estaban diseñados para ser dóciles y orientados a realizar tareas del mismo modo que los funcionales pero de una mayor complejidad. La situación era como si yo no pudiera tomar ninguna decisión durante toda mi existencia, como si todo lo que hiciese estuviera absolutamente preparado. Alguien podría decir que esa es exactamente nuestra realidad, pero cómo estaban ellos diseñados era algo que trascendía al concepto de alienamiento social; ellos actuaban exactamente como estaba prediseñado que lo hiciesen, no gozaban de ninguna libertad real y desde su vida profesional a su mundo privado todo estaba decidido. Qué harían al llegar a casa, qué programa verían en televisión, de qué tema hablarían con sus congéneres y cómo afrontarían las situaciones que la vida les impusiese eran conceptos que no se planteaban pues ya estaban decididos en sus estructuras lógico-racionales, dicho de otra manera, los eficientes no pensaban, solo actuaban de una manera continua que a un observador externo le parecería la mejor en cada momento. No es que ellos llegaran siempre a una buena conclusión, es que esa conclusión ya estaba decidida en su cerebro.

Aquello de por si era muy violento. Tantos padres pensaban que sus hijos serían lo mejor que sus genes pudieran ofrecer más alguna ayuda externa cuando realmente estaban produciendo una suerte de autómatas orgánicos sonrientes y saludables. Esta información que recibía desde la oscuridad provocada por mi antifaz estaba lejos de terminar ahí, Hicso me contó que algunos eficientes despertaban a lo largo de su existencia, algo en su sistema de acondicionamiento fallaba y cobraban conciencia de sí mismos. Imaginé que sería un número muy limitado de ellos así que me sorprendió saber que la proporción eran unos tres de cada diez. Con un porcentaje del 30% rápidamente pensé que sería imposible que esto que Hicso me contaba no fuera conocido por el resto de la población, pero también me aclaró esa duda: Los sistemas de control social detectaban estos despertares y, mediante una simple variación en la química de la atmósfera en el hogar o puesto de trabajo del eficiente lo desconectaban, que es una manera muy suave para decir que los asesinaban. El resto de testigos eficientes o funcionales simplemente borraban ese recuerdo de sus cerebros previamente diseñados para tal fin.

La sociedad que había puesto sus ojos en mi estaba formada por disidentes de este proyecto que aprovechaban las carencias de vigilancia en las zonas aun medio destruidas de las ciudades. Su tarea consistía en ser más rápidos que el Sistema de Control Social en detectar a los despiertos y tratar de salvar a cuantos más eficientes pudieran mientras reclutaban comunes para la causa. La situación requería premura pues en una generación más quedarían pocos comunes que reclutar y la organización estaría condenada a desaparecer mediante simple vejez. El SCS les cazaba pero sabía que el tiempo era su aliado. Por otro lado el fin de este grupo no era eliminar la variabilidad genética selectiva y la reproducción asistida artificial, conocían bien los precedentes históricos que la humanidad producía por sí misma, si no tan solo otorgar a la nueva humanidad una libertad de decisión individual desde un punto de vista privilegiado como eficiente libre de acondicionamiento. Dicho de otra manera; los comunes estábamos simplemente avocados a desaparecer resultara de una manera u otra. El mundo PPG sería para la neo-humanidad, no para nosotros, pues el fin de esta organización clandestina era inmolarse por un colectivo que les trataba con arrogancia artificial mientras trataban de salvarles de una situación que ni siquiera estaban diseñados para percibir a la vez que, año tras año, se dirigían hacia la extinción como especie.

-      - Te cagas… - Respondí a Hicso en otra elocuente perla en lo que iba de día.

-     -  Exactamente Eloi, debes creerme si te digo que a mí no se me hubiera ocurrido una sinopsis tan genial como esa. – El muchacho respondió con toda naturalidad y alegría, como si lo que me acabase de contar no le afectase en absoluto. – Ahora, amigo, es cuando decides si estás dentro o fuera de nuestra excelsa sociedad liberadora.