El arquero notó sus
articulaciones entumecidas cuando al fin resolvió levantarse; su presa estaba a
tiro y la oportunidad se antojaba dorada. Con extremo cuidado tensó la cuerda
de su arco tras colocar una horrible flecha dentada, una flecha que haría
gotear al ciervo rojo permitiendo al cazador seguirle el rastro con facilidad.
Apartó de su mente la dolorosa sensación de sus músculos agarrotados y se dijo
que la causa bien merecía la pena. Un hombre no puede vivir siempre de pequeños
frutos, roedores y gachas acuosas. Apuntó al cuello de la bestia esperando una muerte
rápida, homenaje quizá al espíritu del animal o bien practicidad pura, nadie
que le conociese supo nunca cuales eran las intenciones de ese viejo cazador.
Cogió aire, soltó la mitad y…
-
¡Dichosos los ojos, el mismísimo Aedán Gabraín
ante este viejo trotamundos!
Aedán soltó la flecha debido al
sobresalto y falló el tiro estrepitosamente. El gran ciervo rojo, asustado,
brincó fuera del pequeño claro dejando de ser un jugoso objetivo para el
arquero. Maldiciendo y avergonzado por haber sido sorprendido de esa manera, el
arquero se encaró a su poco deseado interlocutor, descubriendo ante sí a un
viejo harapiento con una túnica sucia y una extraña capellina plateada en las
sienes, harapiento pero con cierto porte, tuvo que reconocer.
-
¿Quién demonios sois vos, maldito viejo
entrometido? ¿Y cómo os habéis acercado a mí de esta manera? Saben los dioses
que de ninguna forma se me puede sorprender con tanta facilidad y mucho menos
un… un…
-
¿Un encantador anciano, mi querido Aedán? Es una
falta común a los jóvenes el dejarse llevar por las apariencias, he perdido la
cuenta de a cuantos hombres he debido dar esta lección. Recuerdo aquel
guerrerucho libidinoso, noble a su manera, que cabalgó sobre los últimos
estertores del dragón, o a su hijo, a quien le augura la muerte tras incluso
haberme escuchado sabiamente mmm, mmm quizá sea culpa del maestro al fin y al…
-
¡Silencio anciano, dejad de divagar! ¿Cómo
conocéis mi nombre?, ¡Pocos hombres lo hacían cuando desaparecí y mucho me temo
que menos deben quedar todavía con vida! Y, si poseéis cierta donosura y
cortesía, contestad a mi primera pregunta, ¿De qué artes disponéis para
sorprenderme de esta forma?
-
Bien, bien… En estas tierras soy conocido como
Taliesín y allende los mares me llaman viejo Halcon, por la nariz supongo. Y
tú, mi querido rey Aedán de Dal Riada, hijo del poderoso Gabrán Domangairt, me conoces desde hace
muchos años, cuando eras un tierno infante preocupado tan solo por la monta y
la espada.
-
El viejo Halcón Gris… ¿Qué hacéis aquí? Ahora
comprendo cómo me pudisteis sorprender así, pues no son pocas tus artes. Largo
hace que nadie usó ese título conmigo, pues desde que Aetelfredo de Bernicia
(que los dioses no le otorguen su favor) me derrotó, vago y yerro en soledad
reinando quizá entre una roca, un árbol o ese ciervo que por tu culpa he
perdido.
-
Cierto Aedán, fuiste derrotado, más aun se habla
de tu bravura y tu valor y no pocos hablan de tu muerte como de una catástrofe
difícil de solventar. Tu hermano Brandub, aun sabiendo que vives como un
errante más, se preocupa día a día de tu suerte. Como ves noble cazador, no
eres aun olvidado en el mundo que dejaste.
-
El mundo que me expulsó, Taliesín, no viertas
miel en mis oídos. Pocos nobles me apoyaron en Dal Riada cuando Aetelfredo puso
en fuga mi hueste. No me dejaron otra opción que fingir la muerte y abdicar a
favor de mi hijo Eochaid, a quien le deseo el mejor de los destinos, diferente
al de sus hermanos… - Añadió sombrío el viejo rey.
-
Me duelen tus palabras y aun lamento la muerte
de tus hijos, no fueron pocas las lágrimas que vertí ese día y, créeme, no hay
miel en mis palabras cuando recuerdo aquella batalla.
-
Hablas, mago, como si hubieras estado presente.
-
Presente yo, presentes mis amigos. Tengo la
suerte de contar con muchos y de muy diversa índole, más no obstante en los
últimos tiempos reconozco cierta carestía en sus atenciones…
-
Divagáis de nuevo viejo Halcón, centraos os lo
ruego. ¿Qué requerís de mí?, corto es mi tiempo si pretendo dar caza a ese ciervo
que perdí por vuestra inoportuna llegada.
-
Seré breve entonces, Aedán. Arturo, el bienamado
rey de Camelot se enfrenta a su hora más oscura. La muerte indudable se cierne
sobre él y su reino. Sus caballeros, expulsado Lancelot, no gozan de la fuerza
que tuvieron antaño y su hijo Mordred el Hechizado es fuerte en mesnada y
poderío. Requieren la ayuda de los grandes guerreros y entre escotos, celtas y
norteños no conozco a ninguno con tu pericia.
-
Exageras tus palabras, más no se me escapa ni
una de las que me expones; dime, si su muerte es tan indudable, ¿qué servicio puedo
hacer yo sin perjuicio de mi vida?
-
¿Tu vida Aedán? Ambos sabemos que llevas muerto
mucho tiempo, que vives como la sombra de quien fuiste, añorando no salones ni
banquetes, pero si el ardor, la espada y la gloria. Y responderé a tu pregunta:
Camelot, Camuloduno como la llamaban los hombres de acero y piedra, caerá como
mañana caerá el Sol y volverá a nacer tras la noche. Pero dime, Aedán, ¿muere
un guerrero mejor entre sus enemigos segados o en el lecho postrado o,
permíteme, en la espesura abandonado? Diré más; de cuantos sajones mueran a
manos de Arturo y sus caballeros depende la unidad del reino en un futuro
lejano. Esta tierra, Britannia, será sajona en un futuro, no lo dudes, pues
Alfredo del Cristo Blanco llegará, como llega su nombre a mi mente entre las
brumas del tiempo que vendrá, pero la identidad de los pueblos que la ocuparon
perdurará si Arturo causa daño mortal a Mordred y los sajones pierden el empuje
destructivo que les acompaña. Ahí, Aedán, es donde está tu gloria y la de los
que luchen a su lado, en la memoria pretérita de lo que será.
-
Gozas de elocuencia y hablas del futuro,
Taliesín, pero sobran tus palabras. Acudiré por dos motivos: Arturo me es
querido, es un hombre noble y morir a su lado se me antoja mejor que esta vida.
Mi otro motivo lo conoces bien, añoro el calor de la hermandad, el muro de
escudos y la espada bañada en sangre. Los sajones son enemigos de mi hermano y conocidos
ladrones y violadores y si bien tus extrañas profecías de Cristos y Alfredos ni
entiendo ni me interesan, creo que no podría perdonarme mantener este exilio
habiendo un futuro tan breve y brillante frente a mí. Acudiré, mago, habla a Arturo
de mi llegada.
-
Recibo con dicha tus palabras, viejo rey. –
Respondió el viejo trotamundos con un amago de sonrisa – Una cosa más, no
obstante.
-
Te escucho
-
Olvida a ese ciervo rojo, fue un gran amigo en
tiempos y hoy te sentarán mejor las gachas.
-
¡No tientes tu suerte, viejo hechicero! –
respondió Aedán sonriendo.
Taliesín, también conocido como
Merlín, dejó al antiguo rey Aedán y continuó su tarea para rehacer el viejo
círculo que jamás debió romperse. El destino estaba escrito y no concebía a
Camelot y sus caballeros en él, pero haría el mago lo posible porque el grito de
Britannia se escuchara entre los tiempos que estaban por llegar y que Arturo,
ese noble y pobre condenado, fuera el artífice de que la memoria jamás olvidase
el sacrificio de esos guerreros que tuvieron el reino dorado a su alcance.
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