Allí lo encontró Merlín, justo
donde debía estar, practicando con las armas como era su costumbre a esa hora
del día, ya al atardecer ejercitaría la escritura y la memoria. Uno de sus
escuderos, Roderick si no se equivocaba el mago en la distancia, estaba
clavando señuelos en el suelo con forma de soldado armado. El caballero, brillante
en su armadura, espoleó su enorme corcel desde un trote elegante a un galope
furioso en un tiempo mínimo, se asemejaba a contemplar un rayo ver semejante
pareja cabalgar. Desde su juventud, el caballero dio muestras de seguir los
pasos de su padre e incluso de superarle en destreza y nobleza de espíritu,
tanto es así que cuando alcanzó su vida adulta era tal su fuerza y porte que la
armadura que perteneció a su huido padre encajó en él como si un maestro
herrero le hubiera tomado exactas medidas, no era otro este caballero que Sir
Galahad el Puro, hijo de Sir Lancelot, amado y odiado por igual en la mesa de
Arturo.
Se aproximaba Merlín al campo de
entrenamiento cuando Galahad ensartó su lanza en lo que hubiera sido un
minúsculo hueco en la gorguera de cualquier guerrero, que hubiera quedado
decapitado al instante. Cualquier caballero hubiese detenido la cabalgada y
hubiera repetido el movimiento con otro señuelo, pero Galahad sabía que el
combate no terminaba ahí; desenvainó un hachuela de caballería que portaba al
cinto y se la clavó limpiamente en la cabeza a un objetivo al que Roderick había
equipado con un casco, tras eso desenvainó la espada y se dispuso a embestir al
tercer blanco cuando reparó en la andrajosa y, curiosamente, elegante figura
que se le acercaba sonriendo y detuvo su decimosegunda secuencia de
entrenamiento matinal.
-
¡Merlín! ¡Me lleve el Señor, bienvenido seáis! –
El caballero saltó del corcel como si no hubiera una enorme altura y se despojó
de su yelmo, descubriendo un rostro joven apenas sudoroso, como si varias horas
portando esa panoplia no le hubieran pasado factura.
-
¡Mi querido Galahad, veo que no habéis perdido
ni un ápice de destreza con las armas, alguno en Camelot incluso murmuraba lo
contrario!
-
¡Ah, amigo, muchos murmuran en esa ciudad, es
por eso que me retiré al campo!
-
Me consta, mi joven amigo. Algunos sin embargo
os echan en falta, ese Bors y Perceval entre ellos, compañeros ambos de vuestra
búsqueda del Grial.
-
¡Menudos dos caballeros! Bien pudieron haberlo
encontrado antes que yo, Merlín, pues no solo me son queridos, si no también
respetados. Son guerreros junto a los cuales Arturo puede dormir tranquilo.
-
Tu humildad resulta exagerada, Galahad, si bien
ellos son grandes caballeros, bien sabemos ambos que solo la pureza del más
noble podía enternecer el alma de la Dama del Lago. Más, no hablemos aquí a la
intemperie, ¿no tendrá mi austero caballero algo de vino, hidromiel quizá, para
este pobre adivino sin memoria?
-
¡Hablas de humildad, Merlín y eres el más duro
hombre que conozco! Por supuesto, por supuesto… Vayamos a mi pabellón.
¡Roderick, Wyglaf, desmontad el campo y descansad, hoy festejaremos esta gran
visita! – Los dos escuderos se miraron apesadumbrados, pues recién terminaron
de clavar otra veintena de pesados postes y su descanso todavía tardaría en
llegar.
Habían transcurrido muchos años
desde la huida de Lancelot y Elaine cuando Galahad, el vástago de ambos, fruto
para algunos de la traición y noble hijo inocente para otros, entró en Camelot
aun a riesgo de su vida, equipado como un imberbe caballero por aquel entonces
y derribando a tantos como se le enfrentaban en numerosas justas y combates.
Tal fue la fama del joven caballero que el mismo rey Arturo le invitó a su
banquete más íntimo, momento en el cual Galahad se sentó en el asiento peligroso, donde, se decía,
quien descansase caería fulminado salvo que fuera puro y noble. Arturo, al ver
que aquel caballero tranquilo y valiente le miraba directamente a los ojos,
entendió lo que venía intuyendo desde hacía algunos años: El Santo Grial debía
ser hallado y tenía ante sí a quien más cualidades poseía para encontrarlo.
Fue de tal manera que Sir Bors,
Sir Perceval y el mismo Sir Galahad partieron en su busca, viviendo increíbles
y peligrosas aventuras hasta que fue el tercero, el más puro y casto, quien lo
encontró. No obstante, no hubo mucho tiempo de celebración en Camelot para
Galahad, quien encontraba demasiado sencillo derrotar a cuantos caballeros
justaban contra él, generando poco a poco envidias y recelos ante tanta
nobleza, como si fuera un espejo indeseado de los caballeros imperfectos que se
comparasen con Galahad. Sintiéndose incómodo, decidió abandonar la corte y
vivir como un errante más, practicando la destreza de las armas y la escritura,
acompañado tan solo por su pequeña mesnada de hombres de armas y escuderos,
seguidores fieles que bien pudieron ser caballeros en Camelot pero decidieron
acompañar humildemente al hijo de Lancelot. Y ahora, tras todo ese tiempo, Merlín
le encomendaba una misión más…
-
Sí, noble Galahad, me temo que Arturo requiere
de tus servicios una vez más, aun siendo tan testarudo como para no volver a
reclamar la sangre de Lancelot.
-
Nunca he antepuesto mi orgullo a las cuitas que
mi padre mantuvo con el rey y también he sido comprensivo con mi rey por
aquello que sucedió tanto tiempo atrás… Pero Merlín, ahora estoy embarcado en
otra tarea. – Merlín no pudo evitar sorprenderse, no por que esperase que el
joven caballero se fuese a mantener inactivo, si no porque debía ser algo de
gran importancia para hacer dudar a Galahad, de quien esperaba un
convencimiento más sencillo que de Aedán.
-
Mmm qué interesante Galahad, qué interesante.
¿De qué se trata, si este anciano puede saberlo? No pongas duda alguna en que
si alguien puede ayudarte y tiene aun poder y voluntad para hacerlo, ese soy
yo.
-
Verás Merlín, ocurrió muy deprisa y aun no lo
distingo de la realidad, pues a veces pienso que fue un sueño. Una doncella,
bueno… Una joven con pelo ceniciento y la cara marcada por el acero de algún
bandido, apareció ante mí una mañana mientras buscaba el Grial. Tanto me
sorprendió que pensé incluso en que se trataba de la Dama del Lago.
-
¿Y no era tal?
-
No, ni mucho menos, era una guerrera hábil como
pocos hombres he conocido, rápida tanto de palabra como de espada. Pasé con
ella tan solo dos días, al tercero simplemente desapareció y continué mi
búsqueda, pues se lo debía al rey y no creí justo que despreciase mis votos y mi palabra tan solo por mi curiosidad, creciente desde entonces debo reconocer, tanto por lo extraño de aquello que viví como por aquella doncella... bueno, joven.
-
Rectificáis pues al llamarla doncella, no me ha
pasado desapercibido.
-
Bueno viejo amigo, nunca llegué a saber si ella
posee aun su virtud o no, pero creo que no apostaría por esa muy probablemente
perdida castidad… - reconoció ruborizado Galahad – Entonces, habiendo sentido
saldada mi deuda con el rey y no estando cómodo en Camelot, tras tanta
apariencia y vacuidad, decidí partir en su busca y seguir perfeccionando las artes que mi padre me enseñó.
-
Vaya, Galahad, es toda una gran sorpresa verte
tras una joven a estas alturas ¿quién lo iba a decir?
-
Lo sé Merlín, más no es solo lo que pensáis,
pues ella era briosa y bella, es también que esconde un misterio que todavía no
comprendo, más grande que el mismo Grial me temo, y en tanto respire buscaré su
respuesta. Y a la joven, se entiende.
-
Lamento entonces traer esta tarea para ti, amigo
mío, quizá debiera buscar en otro sitio caballeros menos ocupados que vos y
dejaros a vos cabalgar y batallar en pos de vuestra visión – Merlín conocía
bien a Galahad y sabía que ante ese inofensivo desdén, el caballero no dudaría
en acceder a cualquier misión que el hechicero le encomendase.
-
¡Vaya, viejo mago! – sonrió el caballero – No puedo
si no posponer cualquier tarea cuando decidís que así sea. Decidme, os lo
ruego, en qué requiere el rey mi presencia.
-
En su muerte, nada menos.
-
¡Qué decís!
-
Os habéis alejado mucho de la corte por lo que
veo. Os lo explicaré; el hijo de Arturo, Mordred, trató de usurpar el trono de
vuestro rey en su ausencia, provocando la expulsión de Mordred de Camelot, pero
escuchad, Mordred es hábil de palabra y diestro con las armas, cuenta además
con el patrimonio de Morgana y la sangre de Arturo, así que puso su espada del
lado de los sajones, que le siguen como a un rey y mucho me temo que significa
esto el fin del Reino Dorado.
-
Pero Merlín, algo podremos hacer al respecto… No
puedo aceptar tremendas palabras como un hecho ya sucedido.
-
No Galahad, nada podemos hacer. Debes creerme
pues lo he visto y no hay solución. Arturo y Mordred están condenados, pero del
daño que reciban los sajones depende de que en esta tierra se mantenga la
identidad y la magia, es por eso que Arturo requiere de tus servicios en la
última batalla de Camelot. Veo en el futuro guerras, muerte y un nuevo Dios,
pero de lo que ocurra en las próximas semanas depende que mis dioses y muchas
más cosas que aun no te enseñé perduren en la Tierra. Puede incluso que el
nexo que te une a esa joven se pierda si los sajones barren toda identidad de
estas tierras.
No pudo
Galahad sino partir y unirse a Arturo en la batalla que estaba por venir. Con
el corazón dividido entre el deber y el misterio, el noble caballero cabalga
para mantener una vez más sus votos. ¿Llegaría a tiempo para ser decisivo en el
combate? Esto se preguntaba Merlín mientras continuaba el último de sus viajes,
o al menos el último que los hombres pudieron ver, pues tras estos tiempos de leyenda el mago abandonó Britannia, pero eso es algo que aun no debe tratarse en estos textos...
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