Los ingenieros construyeron una
acequia aprovechando la pendiente natural del terreno donde estamos situados.
Hace un par de días que el bombardeo ha desdibujado su recorrido, desparramando
su contenido por ahí de tal manera que la trinchera se ha llenado de heces y
orina. Estudié filosofía e historia así que me doy cuenta de que las tropas que
fueron derrotadas por Prusia hace casi cuarenta años no envidiarían nuestro
estado aun teniendo en cuenta el resultado de su guerra. No solo puedo comparar
mi situación con la de otros soldados del pasado si no que además me permitía
pensar sobre lo hermoso de las relaciones humanas y fraternales en situaciones
como esta. Hablo en pasado. A veces no hay tiempo de estrechar ninguna relación,
los reemplazos llegan y mueren, así que a veces no conozco ni su nombre claro
que... a veces tampoco lo pregunto. Ese chico a tres metros de mí, perenne en
la alambrada, llegó la misma mañana en la que el bombardeo nos cubrió de
mierda. Al menos no siente lo que tiene encima. Ahora estoy tranquilo.
Me despiertan. El sargento, buen
tipo, me zarandea con fuerza y sin nervio. Me pregunta qué hago, en unos
minutos salimos. Me incorporo confuso. Miro a mi alrededor, todos se aprestan a
alinearse y ocupo mi hueco. El capellán pasa por detrás murmurando, lo percibo
porque me roza. Calamos bayonetas, la orden coreada desde el otro extremo de la
trinchera.
Miro al
oficial. Mira su reloj. Amaga un silbido. Mira su reloj. Se detiene. Mira a su
alrededor. Creo que me mira a mi por un segundo. Mira su reloj. Emite un
prolongado silbido. Silencio… ¿Ya han pasado los minutos? Ruido y gritos.
Olvidé calar mi casco y cae en mis ojos. Caigo al suelo. Me levanta el
sargento. Calo el casco y corro tras mi unidad. Silbidos, silbidos. Dejo de
oír, humedad en mi rostro. Paso de largo cuerpos, uno no tiene brazo. Busco el
brazo con la mirada. No tiene brazo. Miro al frente por primera vez y veo
cabezas. Me detengo y disparo. Corro. Algo me tumba, me miro y me levanto. Me
detengo y disparo. Corro. Corro. La unidad salta hacia la trinchera. Llego a la
trinchera, salto sobre un enemigo que tosía. Me siento afortunado, algo le hizo
toser y ahora le apuñalo fácilmente. Ruido y gritos pero menor intensidad,
empiezo a escuchar. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que hemos tomado la
posición, nos miramos confusos. ¿Hay pocos enemigos o hemos sido muy rápidos?
Silbido. Me tumbo en el suelo por instinto pero… No hay explosión, solo un
estallido hueco. Sucesión de estallidos huecos, no hay explosiones, siento
alivio. Veo un proyectil que ha formado un charco a su alrededor. Se evapora.
Humo dorado. ¿Humo dora…?
-
Con el permiso de vuecencia mi general, el
informe del comandante Beaumont ha llegado, mi general – Taconazo y vista al
techo. Aquel escribiente era un hombre esforzado pensó el general Nivelle.
-
Bien, dámelo – Taconazo y saludo. Se retira en
silencio. El general ojeó por encima el encabezado del informe, había ordenado
a sus mandos de batallón que no rellenaran de prosa y que la información fuera
concisa. – Parece ser, caballeros, que efectivamente los alemanes están utilizando
un gas de mayor letalidad, los rumores se han confirmado. Al parecer el
comandante Beaumont ha perdido dos compañías en el tercer sector de Ypres.
Equipen con máscaras a ese sector. En otro orden de cosas, Griaule, ¿qué hay
del café que pedimos a los belgas?
-
Mi general, exactamente eso quería comentarle,
he conseguido un kilo que el general Leman ha tenido la amabilidad de darnos.
Me he tomado la libertad de prepararlo, mi general. – Griaule, el ordenanza
mayor de la brigada de cuartel general se dio la vuelta y mostró una jarra
metálica que aun humeaba tenuemente – Todavía está caliente – Dijo con una
sonrisa a la concurrencia.
-
¡Espléndido! Bien, ¿Quién es el oficial más
joven de la sala?
-
¡A la orden de vuecencia mi general, teniente
Goux mi general! – El muchacho respondió con prontitud firme como un poste, no
tenía la menor duda de su situación en la sala.
-
Haz el favor y ayuda a Griaule a preparar esos
cafés, no veo otra manera mejor de empezar el día.
-
Mi general, si me permite, qué maravilloso sería
poder aderezarlos con algo de leche francesa, ¿no está vuecencia de acuerdo? –
Griaule escuchó mientras alineaba una serie de tazas, el teniente coronel
Allard siempre tenía una puntualización acorde a cada situación.
-
Eso sería magnífico, en realidad llevo cosa de
dos semanas sin probarla.
-
Creo, mi general, que cerca del sector cuatro,
donde mi brigada resiste al enemigo, hay una granja local. No es leche francesa
pero, quién sabe mi general, quizá estos belgas tengan algo bueno que ofrecer
después de todo. – El coronel Beauchene siempre había sido un fuerte competidor
de Allard, un poco más fuerte a juzgar por su rango.
-
Bien, despache a una sección de su brigada y
pídales un poco de leche, seguro que esos granjeros guardan algo que no han
entregado todavía al ejército, ¿Qué le parece?
-
Mi general, ¡esa es una orden maravillosa!
Irónica contraposición que lamentablemente también se da hoy en día, aunque de manera no tan trágica, pero igualmente injusta. Me refiero a ese 3% de la población que cada vez es más rica a costa del 97% del mundo.
ResponderEliminarExacto, es un paralelismo que en 2016 podemos aplicar de maneras no muy distintas a demasiadas realidades como para estar tranquilos y satisfechos.
Eliminar¡Gracias por el comentario!