Es medianoche, pero el valle está
bañado por un sol mortecino, peinado por un viento que enfría pero no congela.
Es verano en Islandia, en verano esta tierra no conoce la noche ni el hielo, el
eterno día crea sombras y sensaciones difíciles de sentir en otros lugares. El
sol de medianoche es algo romántico para Arik, nacido en las colonias Anglas,
como si los dioses hubiesen despistado al lobo Skoll, permitiendo que Sol
descanse de su continua cabalgata, pues incluso los tiros divinos han de
descansar y Sol siempre echa en falta a Glaur. Mientras Arik y Thorstein
caminaban por el Thyngvellir, la tierra de las uniones para las tribus
islandesas, Arik, joven como era, cuestionaba lo que le habían enseñado; ¿cómo
era posible que el malvado Skoll volara allá alto en el firmamento, así como el
carro de Sol? Una vez, en Northumbría, participó en una caza de jabalíes y pudo
ver como uno de los mastines de caza era completamente destripado por Cuerno de
Oro, un gran jabalí que fue tan solo abatido por tres hombres fuertes a la vez,
y después arrojado por un acantilado, ¿si ese mastín no pudo volar, cómo lo
haría Skoll? El lobo seguro que era muy fuerte, tanto como un gran einherjar de
Odín, pero no tenía alas, no podría sin duda volar como los pájaros.
Estas dudas religiosas rumiaba
Arik en su agitada mente mientras su tío Thorstein, llamado Justo-en-Midgard,
le guiaba a través de los senderos hacia los grandes acantilados, al fondo del
hermoso valle. Algunos decían que el mismo Odín, con su hermano Loki, había
erigido esos acantilados para vigilar desde lejos a los hombres durante sus
reuniones anuales, donde promulgaban leyes y dictaban sentencias. Arik asistió
el año anterior a su primera gran reunión, pero no vio al viejo Un-Ojo. No
esperaba encontrarse con Loki, pues aun se encontraba atrapado pagando sus
deudas con los aesir y los vanir, pero si al menos distinguir al infalible Odín
en la lejanía. Solo los cuervos, y más de dos, asomaban por los riscos.
¿Estarían Huggin o Munnin ahí, entre sus hermanos negros, o esta leyenda
también era dudosa, como el lobo Skoll causando la noche que devora al día?
En el poblado de Reikjavik, Arik
tuvo la oportunidad de conocer a una figura sombría que hablaba con suavidad,
como si temiese que sus palabras, de dichas en alta voz, desapareciesen entre
la bruma de la mañana. Decía haber visitado la Ciudad Eterna, de haber caminado
entre los Francos y haber vivido un tiempo en las campiñas de Londino. Este
hombre había recorrido las tierras del Cristo Blanco y había decidido intentar llevar
su fe, con poco éxito, a las tierras islandesas, conocedor de que ya desde
hacía muchos años – más incluso que los colonos nórdicos – vivía una comunidad
de misteriosos cristianos en esta tierra. Este misterioso hombre, de nombre Gregori,
le había hablado de su religión; de cómo la salvación esperaba a todos los
creyentes en su dios, único e invencible, tan puro que no luchaba con otros
dioses.
- Pero Odín tiene una lanza tan alta tan alta como
dos hombres daneses, también tiene su caballo que se llama Sleipnir, que es un
caballo muy rápido ¿Cómo puede ganar tu dios blanco si solo tiene sus ropas y
además tiene las manos heridas? – Preguntó entonces un sorprendido Arik.
- Querido hijo, mi Dios, que no es un dios
cualquiera, jamás luchará con tus dioses, eso simplemente no tiene cabida bajo
Su cielo. – La sonrisa de Gregori mostraba la paciencia de un maestro, pues así
y con tesón, trataba de acercar a la luz de sus creencias al joven pagano.
- Entonces, si no quiere luchar, Odín nunca dejará
que ese dios tenga fuerza aquí…
- Arik, pequeño, nadie debe darle o dejar de
darle, ningún permiso al Señor.
- ¿Y eso por qué?
- Porque tus dioses no existen, hijo mío, Dios es
uno y hará cuanto desee en esta su obra.
A esa conversación le sucedieron
unas cuantas. Eran buenos tiempos, los nórdicos habían establecido colonias en
las tierras de los anglos y sajones, solo guerreando con escotos y galeses, por
lo cual el comercio y el intercambio de cultura se había sucedido con más éxito
que en los años anteriores, los años de las razzias, saqueos y pillajes. “De la furia de los hombres del norte
libradnos, ¡Oh, señor!” Este ruego alzaban los pueblos de Inglaterra para
que ellos no fueran los siguientes en sentir las atenciones de esos belicosos
marineros. Pero hoy día las cosas habían cambiado, gentes como Gregori, si bien
vistas con recelo, eran toleradas en algunos enclaves nórdicos, como era el
caso de Reikjavik. El misionero y el
chico, que contaba unos catorce veranos, hablaban sobre dioses, leyendas falsas
y la luz del nuevo mundo, prometido a todos los creyentes que hubiesen llevado
una vida pía y virtuosa, tal y cómo el Cristo Blanco y su representante, el
Papa de Roma, dictaban. De manera paralela, su tío Thorstein, quien le acogió
tras la muerte de su padre, le instruía en las antiguas leyendas, las eddas y
las sagas, acudían al Gothi y este les prevenía contra el dios cristiano actuando a la defensiva y arrojando runas con furia, escupiendo al hablar y
haciendo que los huesos de su choza traqueteasen. Eso causaba temor a Arik, que
no era un mozo cobarde y ya levantaba con hombría escudo y espada, pero no
acababa de fiarse del Gothi, ese hombrecillo misterioso envuelto en vapores y
humedad.
Habían acudido a Thyngvellir tras
un viaje de varios días a través del paisaje arrebatador de las tierras de
Islandia. Thorstein aprovechó cada etapa para hablar de dioses, países,
guerreros y culturas. El había luchado en muchas incursiones, estuvo entre
aquellos que amedrentaron al Rey Franco y había vertido sangre galesa durante
varias escaramuzas. Era un gran guerrero, tanto como casi todos los hombres
nórdicos a su edad, pero era también un escaldo y un administrador de justicia,
de ahí su nombre de saga. Thorstein el Justo-en-Midgard era conocido por su
lucidez, su agudeza de ingenio y su gran capacidad a la hora de solucionar
cuitas y discusiones de una manera parcial, de manera que ninguna de las partes
fuera realmente feliz, pero tampoco realmente desdichada, apagando fuegos y
templando el alma de los agraviados. Además Thorstein recordaba a su clan las
leyendas y los éxitos, los recitaba con fuerza y todos le escuchaban con
atención cuando hablaba. Si Arik no había cedido a los encantos de esa religión
que ofrecía un paraíso en la muerte, en lugar de hielo o sangre, era por el carácter
de su tío.
- Arik, ya hemos llegado, aquí acaba este viaje –
Se encontraban en los acantilados desde donde, supuestamente, Odín observaba a
los hombres que abajo en el valle decidían su destino – Cuéntame, joven
guerrero, ¿Qué es lo que ves?
- Veo el Thyngvellir, tío – Respondió tímido Arik.
- Pero, ¿sabes lo que representa?
- Bueno, sé que nuestra gente se reúne aquí y los
mayores deciden lo que se tendrá que hacer.
- No solo los mayores y los ancianos Arik, ¿Quién
más es capaz de hacerlo?
- Pues todos los hombres… - Arik dudo en su
respuesta, pues le sonaba de una obviedad absurda.
- Exacto, todos los hombres, ¿sabes acaso quien
decide lo que se va a hacer en las tierras del sur?
- ¿Quién, tío?
- Los reyes. Los reyes y los hombres del Cristo
Blanco, Arik. Unos pocos deciden el destino de muchos, usan las horcas y los
verdugos, apagan el fuego del hombre y guían lo que se ha de hacer, se haga
bien o se haga mal.
- Pero tío, el padre Gregori me ha contado que los
cristianos del sur son felices.
- ¿Lo son, Arik? Yo los he visto, he mirado a sus
ojos. Me he sentido un lobo entre corderos. Ellos tienen hombres valientes,
tienen grandes guerreros, pero no tienen hombres libres. Mismamente, se hacen
llamar rebaño, rebaño de su señor.
- ¿Y qué hay del Cristo Blanco? El les promete un
paraíso, luz, comida y cobijo para toda la eternidad.
- Te confiaré algo, hijo. Yo no sé si el viejo
Thor me ayuda, no sé si Loki hace temblar las entrañas de Midgard o si Odín,
que todo sabe y todo recuerda, sigue viajando entre los hombres. He visto mucho,
he visto hombres huir de sus hogares dejando incluso atrás a sus mujeres,
también los he visto luchando hasta la última gota de su sangre. Los he visto
comerciando, amando y los he visto llorando. Arik, he visto muchas cosas y yo
no sé qué dioses guían mi destino.
- Tío… ¿acaso no crees ya en nuestros dioses?, ¿Y
si el Cristo Blanco nos ayudará a ser mejores?
- El Cristo Blanco… Dime cachorro, sé que hablaste
mucho con ese viejo trotamundos, cuéntame ¿qué debe hacer un hombre que desee
seguir los caminos de su dios?
- Sí, me lo contó todo, espera… ¡ah!, ya recuerdo;
debe bañarse, debe limpiarse, como si después de limpiarse cuando se lo diga un
hombre santo naciese de nuevo. Debe ser fiel a su dios, claro, y hacer bien al
prójimo. No puede robar y no puede matar, también tiene que ayudar a quien le
haga falta. Creo que eso era… ¡bueno!, también tiene que arrepentirse de vez en
cuando por si hizo algo mal. Es que su dios es tan fuerte que está en todos los
sitios, así que hay que tener cuidado con lo que se hace, es un dios listo y
les vigila siempre.
- Arik – exclamó riendo Thorstein – ¡Si debe ser
tremendo paraíso ese hogar del Cristo Blanco!
- ¿Lo crees también, tío?
- ¡Desde luego! Claro que tendrá comida y bebida
en abundancia, pues no creo que ni un solo cristiano viva allí todavía.
- ¿Por qué no?
- Arik, les he visto matar, pero uno podría pensar
que nosotros atacamos y podría pensar bien, pues hemos segado muchas vidas
cristianas, pero les he visto matarse entre ellos, robarse y engañarse. Les he
visto hacerse arder por sus pecados que en ocasiones tan solo eran amar y vivir,
les he visto mover a sus gentes a la guerra usando las palabras de su dios.
¡Ese dios dice que no maten, pero dice a sus hombres santos que lleven al
pueblo a la batalla! Muy parecidos son los intereses de su dios con los de sus
reyes y sus religiosos, Arik, muy parecidos…
- Pero tío, nosotros también marchamos a la
batalla, ¿No está el Jarl Hrothgar reclutando hombres para atacar Irlanda?
- Si Arik, es cierto. Somos hombres ávidos de
botín, los vikingr somos una hermandad de guerreros codiciosos, pero Arik, nota
la diferencia; nuestros dioses nos apoyan, nuestros dioses nos dejan hacer
libremente lo que consigamos. Odín dice: Luchad, vivid, pelead y sangrad, ya
rendiremos cuentas, ya bien vosotros sabéis si os espera Hel u os espera
Valhalla. ¿Sabes qué quiere decir esto, Arik?
- Creo que si…
- En el fondo lo sabes. Quiere decir que tu fama
es tuya. Solo hay una cosa que no es tuyo; el tiempo que juzgan necesario las
Volvas, pero hijo, nuestros dioses nos invitan a vivir como seamos capaces de
vivir. El hombre del norte sabe cuando ha de hablar, cuando ha de pagar y
cuando ha de luchar. El hombre del sur no lo sabe, espera a que se lo digan,
porque su dios no quiere que ellos piensen. Arik, debes comprender una cosa:
¿por qué voy a confiar en un dios tan poderoso, qué tiene el para mí? Siendo
tan grande, ¿no es acaso estúpido para el que los hombres, tan por debajo suyo,
crean o no en él? Nuestros dioses sangran, lloran, luchan y mueren. Puedo dudar
de si ellos, los dioses, siguen o no siguen entre nosotros; pero sé para qué
sirven.
- ¿Y para qué sirve un dios si no es para
gobernar, tío?
- Sirven para recordarnos quienes somos, que la
libertad tiene un precio y que solo hay un juez para la vida de un hombre. Odín
perdió un ojo, Baldr murió y Loki sufre interminable agonía. Tyr es bravo pero
perdió un brazo por jugar con El Gran Lobo Fenrir, Sol ha de huir de Skoll,
pues le hizo burla y paga su osadía. Nuestros dioses viven, Arik, sufren su
existencia y disfrutan sus éxitos, tienen deudas y son como nosotros. Ese
Cristo Blanco tan ajeno a mí, que quiere tanto de mi y pide tanto de mi vida
¡qué tenga valor de perdonarnos si tan piadoso resulta!, ¡si promueve la paz que enseñe a sus hijos a no matarse entre ellos y que funda las espadas! En algo
valoro, no obstante, a los hombres de la cruz.
- ¿En qué?
- Ellos me recuerdan que realmente estoy vivo.
Vive, Arik, fórjate un destino. Mira a los dioses, pero jamás les preguntes qué
hacer. Mira a sus ojos y diles lo que has hecho y lo que harás y ellos, quizá,
sonrían contigo.
Arik tuvo mucho que pensar y aun
pensó mucho más. Arik Vista de Halcón siguió pensando muchos años después de esa
conversación. Vivió la vida como el hubo de decidir, comparó y tomó su
decisión. Fue justo consigo mismo, pues hay algo que no muere jamás: El juicio
emitido por la fama de un hombre muerto. Pero eso es otra historia. Ese día, en
Thyngvellir, dos cuervos alzaron el vuelo cuando Arik y Thorstein dejaron el
valle.
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