- Lo sentimos ciudadano, su configuración
genoeficiente no resulta adecuada para formar parte del programa para la
optimización de la especie. No obstante, y si es usted voluntario, puede
asignar su persona a nuestro programa derivado para el mantenimiento de la
especie. – La sonrisa de la operaria era perfecta, me resultaba casi ridículo asociar
esa tremenda frialdad a un rostro tan hermoso. Joder, esa sonrisa era casi hipnótica.
De bella que resultaba ni siquiera me produjo ningún tipo de excitación, solo
algún tipo de estoicidad diseñada para no hacerme sentir inferior, o eso creo
yo.
- - No será necesario señorita, tan solo tenía
curiosidad. Muchas gracias por su ayuda.
- - Disfrute de su día ciudadano, recuerde que siempre
podrá contar con Neugen para cualquier necesidad. – De nuevo esa dichosa
sonrisa y sus ojos azul eléctrico clavados en los míos.
Había acudido
al centro de reproducción por inercia ya que conocía sobradamente el resultado
de las pruebas. Mi nombre es Eloi Neander y soy un común. Bueno, cualquier lector puede considerarse común o corriente
o quizá ambas cosas a la vez y habrá alguno de ustedes que crea en la individualidad
maravillosa de cada ser humano, pero créame, sigue siendo usted un animal común
y bastante anodino (digo “bastante” porque bajo mi punto de vista un bivalvo viene
a ser “totalmente” anodino) y está usted diferenciado de su vecino en tan solo
un 0.01 % de su combinación genética. Todo eso está muy bien porque nos coloca
a todos en un punto de partida equitativo, justo lo que cualquier sociedad
moderna desearía, pero en mi mundo llevan un par de generaciones creando otro
tipo de humano y lo llaman eficiente.
Eso podría resultar insultante a un buen trabajador del siglo XXI (o de
cualquier siglo pasado en realidad) ya que la eficiencia laboral no es un
invento de mi época, pero ese término en estos tiempos tiene una connotación
diferente; alrededor del año 2148 – y sé que no soy muy preciso… soy común,
recuerden – diferentes científicos descubren cómo mezclar los genes para
obtener cigotos capaces de desarrollar cualidades deseadas. Según la asignatura
de Prehistoria Genoeficiente el mayor quebradero de cabeza de los genetistas
antiguos no era saber dónde estaban y cuantos genes había, eso estaba
solucionado, el problema radicaba en que esa ínfima variedad (entre 35.000 y 40.000
genes) no justificaba el colorido resultado que era nuestra especie, así que la
deducción obvia era que la variabilidad que reflejaban nuestros antecesores
nacía de la mezcla de esos genes. Bien, pues en el 2148 los genetistas europeos
logran descubrir cómo manipular todos esos manojos aleatorios e invitarlos a
mejorar la especie mediante pequeñas variaciones en los diferentes tipos de
proteínas. Y, vaya, no me pregunten más, creo que el asunto iba por ahí en
realidad. El resultado de todo este embrollo es que estamos en el año 39 PPG
(Post Prehistoria Genoeficiente) y la especie lo considera tan maravilloso como
para crear un calendario nuevo.
Mis padres
eran buena gente, eso debo reconocerlo. Habían sobrevivido a la Tercera Guerra
Mundial, lo cual según mi opinión los hace ser gente maravillosa, al fin y al
cabo si se les hubiese ocurrido morir es bastante lógico pensar que yo no
estaría aquí escupiendo mis lamentos en este teclado pasado de moda. El
problema con ellos es que eran unos puristas y todo ese asunto de la mejora
genética les asustaba, cosa comprensible si prestamos atención a los últimos
soldados que participaron en la guerra y que habían nacido como parte de ese
proyecto, siendo unos tipos enormes, psicópatas y carentes de empatía que
tenían al parecer unas mandíbulas exageradamente prominentes y una propensión a
la apatía de lo más desconcertante en una criatura tan aparentemente
hiperactiva durante el combate. Todo eso puede ser más o menos convincente,
pero el mayor problema radicó en que esos tipos murieron entre los ocho y diez
años siguientes al final de la guerra, sencillamente se fueron apagando y esa no es una gran noticia si
quieres tener un hijo haciendo uso de esos asuntos biotecnológicos. Por
supuesto, los científicos de la época defendieron que el programa GenWar había
sido un éxito rotundo: no solo la OTAN había ganado la guerra, también había
retirado de la circulación la llave de su victoria de una forma barata y
eficaz, librándose de esos asesinos apático-histéricos que tan útiles habían resultado.
¿Hace falta
que diga que mis padres eran parte de una minoría? Al parecer sus genes no
produjeron una balbuceante criatura, creo que en la década de los noventa quizá
hubiera sido un tipo normal e incluso positivamente avispado, el problema era
que las personas que crecieron conmigo, los de mi generación, eran geniales.
Todos muy atractivos, con una estatura elevada sin ser gigantes incómodos,
rápidos con las matemáticas y la filosofía y además para ellos las enfermedades
que provocan las bacterias conocidas no eran una preocupación (lo siento si
aparece una bacteria desconocida chicos, prueben con la siguiente tanda de
súper-cigotos). Creo que sabe el lector lo que rápidamente provocó esto:
Segregación social. En un tiempo record se sabía quién era común y quien era
eficiente, así que aquí me tienen, consultando en un centro de reproducción si
mis genes son viables para combinar con alguna sujeto de mi generación para
obtener un retoño con garantías sociales. Hice esto por aquello de cerrar posibilidades,
que no quedara ningún “y si” en mi vida. Y si hubiera ido, y si hubiese estado…
Ya saben. Un eficiente sabría si es útil cuestionarse estas cosas o no, pero yo
soy un romántico así que necesitaba esa confirmación confirmada, si me permiten
la redundancia. Lo que me empujó a tomar una decisión así fue el siguiente
proyecto de empresas como Neugen, Astor Corp o Mon-Land y el resultado en mí
día a día. No le bastaba a la sociedad crear una casta de líderes casi
perfectos, necesitaba también una casta de trabajadores. Los padres de aquellos
líderes estaban en desacuerdo, pero ya eran abuelos cuya opinión se consideraba
vintage en el mejor de los casos, así
que básicamente fueron los eficientes los que decidieron que las siguientes
generaciones (sus descendientes precisamente) alternarían subhumanos con suprahumanos
en correlativa proporción. Pretendían valerse de los primeros, seres simples,
felices y con funciones muy específicas dentro de la sociedad para levantar
nuevas culturas en las que ellos, como es normal, eran los indiscutibles y
alegres líderes. ¿Dónde me colocaba a mí esta situación? Entre unos
condescendientes eficientes y unos estúpidos funcionales. En fin, no es que la vida me hubiese tratado con extrema
crueldad, es que para mí en ese momento carecía de interés ni atractivo, era un
trámite en el que trabajaba hasta el extremo las funciones que más me unían a
los restos de mi especie: dormir, alimentarme y hacer de ese alimento restos
que debía expulsar, haciendo de mi una perfecta biomáquina de producir mierda.
Por todos esos
motivos, tras mi visita a la clínica de Neugen me dirigí con parsimonia
estudiada al tejado de mi bloque de apartamentos y me dispuse a saltar de
alguna manera creativa y espectacular (debo reconocer que además llevaba dos
días sin cumplir mi función biológica para la ocasión, así que iba a ser
realmente espectacular lo que el funcional de turno tuviese que recoger). En
esas estaba cuando conocí a Norna.
- - ¿Qué haces, cachorro?
- - ¿Eh? ¡Que me caigo! Joder, qué susto… ¿Quién
eres tú? – Pegué un salto que no conviene pegar al borde de un edificio de
quince plantas y me di la vuelta. La chica era una de esas clásicas que
adoraban la ropa negra y tenían una pinta siniestra. Siempre consideré a esa
gente un poco afectada y exagerada, así que me resultó un tanto ofensivo
asustarme de una manera tan pueril.
- - Soy Norna – Contestó rápida y cortante, como si
además fuese obvio quien era.
- - Ya, ¿Y qué haces aquí?
- - Al parecer alargar unos segundos tu
impresionante despedida. – Créanme, me sentí bastante estúpido en ese momento.
- - Mmm… ¿Y has venido a ver el espectáculo, eh? No
eres más que una morbosa.
- - Claro, cachorro. Salta, anda, no dejes que yo te
robe más tiempo. – Ya no solo me sentía ridículo, además sentía embarazo ante
esa tipa burlona.
- - …
- - Efectivamente, valiente. Baja de ahí y escucha
lo que tengo que decirte.
Perfecto. Mi vida no tenía mucho
sentido, mi tentativa de suicidio había sido cortada de una manera harto humillante por una idiota disfrazada
y además en ese momento tenía unas ganas horribles de ir al baño. La
perspectiva, me apoyarán en esto, no era la más agradable y sin embargo bajé y
la escuché. Lo que vino después fue tan inverosímil y sorprendente que, por una
vez, sentí cierto interés real en seguir vivo…